jueves, 19 de junio de 2014

¿Tierra quemada o tierra gastada?

Leo en las páginas de opinión de diferentes medios de comunicación que políticamente el PSOE es tierra quemada, pues muchos de sus políticos llevan en la tarea desde 1979 y están en la edad de la obsolescencia. Me parece muy fuerte. Otros dicen que el PSOE es tierra gastada porque sus organizaciones están muy deterioradas en todo el territorio nacional, aunque todavía tiene solución.

Y en estas circunstancias, cómo podemos plantearnos los españoles la tan necesaria y significativa reforma de la Constitución con un PSOE sin rumbo y dividido. No lo digo yo, sino Susana Díaz, presidenta de la Junta de la Andalucía, en una entrevista del pasado domingo en El País, donde admite que forma parte de un partido debilitado por las diferencias internas, “Mentiríamos si dijésemos que no ha habido enfrentamiento y divisiones”.

No tengo la menor duda de las expectativas que generó Zapatero con su victoria electoral de 2004, pero no podemos olvidar que también causó frustraciones y sucumbió a la crisis cuando el 9 de mayo de 2010 se vio forzado a adoptar medidas drásticas de austeridad para evitar la intervención de la economía española. Aquel final de mandato está reflejado todavía en los rostros de aquellos gobernantes.

La socialdemocracia europea y española debe despertar del espejismo de esos años locos, cuando nos hacían creer que la sociedad era una inmensa clase media donde las marcas eran el único factor diferencial de un mismo estilo de vida. Fantasía que la crisis ha hecho añicos. Y ese despertar pasa por nuevas ideas, nuevas caras, nueva organización y nuevo proyecto político.

El guión exige renovación ideológica, diferenciación de la derecha, puertas abiertas a nuevos liderazgos y una reforma sin contemplaciones de un partido anquilosado en los territorios y en manos de núcleos casi familiares que están más preocupados en defender sus intereses que en los programas e ideas del partido o los de las clases sociales a quienes representan.

El PSOE está metido en un socavón sobre el que debe construir una plataforma de lanzamiento o sus electorales se irán definitivamente a otra parte, sobre todo los electores jóvenes cansados de tanto esperar un cambio. La democracia española se juega mucho porque necesita imperiosamente una alternativa al PP. Una democracia sin alternativa es un contrasentido, pues se convierte en un régimen sin vida.

El 25M ha dejado al partido del Gobierno, el PP, muy debilitado electoralmente, pero salvado por el estado agónico y sin rumbo del partido socialista. Tenemos un poder débil y no se vislumbra en el horizonte la alternancia. Y lo más grave, no hay una alternativa clara al proyecto sin sentido de la derecha.

Esa alternativa no se resuelve con un simple cambio de personas, sin diferencias sensibles en la política, o con un simple traspaso de poderes orgánicos. El PSOE se ahogó nadando en las mismas aguas que el PP, pero los partidos ascendentes no configuran de momento un proyecto real. El bipartidismo cojea, pero no sabemos todavía como se concretará el paisaje pluripartidista con un movimiento como Podemos, que está trastocando muchas cosas y ojalá siga haciéndolo por el bien del país y de su democracia.

Dos pensadores políticos de la categoría de Ralph Dahrendorf o Norberto Bobbio, fundamentan la democracia, el primero, en la clara simplicidad del juego derecha-izquierda y, el segundo, en la capacidad de poder elegir entre verdades alternativas. Inclusive han  llegado a poner en duda la viabilidad democrática sin estas formas tan simples de oposición. Y dicen que solo una visión distinta de la política puede crear una auténtica alternativa democrática.

Por eso en esta crisis del sistema, no sería ocioso que en su proceso de renovación, el PSOE dotara a su organización del músculo ideológico, que tanta falta le hace, y de capacidad intelectual para generar una clara y determinante posición y función en la sociedad española,  asumiendo de forma clara y rotunda la reflexión de Albert Camus cuando escribía que “hay que estar siempre con aquellos que padecen la historia, no con los que la hacen”.  

Ángel Luis Jiménez Rodríguez

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