Leo en las páginas de opinión de diferentes medios de
comunicación que políticamente el PSOE es tierra quemada, pues muchos de sus
políticos llevan en la tarea desde 1979 y están en la edad de la obsolescencia.
Me parece muy fuerte. Otros dicen que el PSOE es tierra gastada porque
sus organizaciones están muy deterioradas en todo el territorio nacional,
aunque todavía tiene solución.
Y en estas circunstancias, cómo podemos plantearnos los
españoles la tan necesaria y significativa reforma de la Constitución con un
PSOE sin rumbo y dividido. No lo digo yo, sino Susana Díaz, presidenta de la
Junta de la Andalucía, en una entrevista del pasado domingo en El País, donde
admite que forma parte de un partido debilitado por las diferencias internas,
“Mentiríamos si dijésemos que no ha habido enfrentamiento y divisiones”.
No tengo la menor duda de las expectativas que generó
Zapatero con su victoria electoral de 2004, pero no podemos olvidar que también
causó frustraciones y sucumbió a la crisis cuando el 9 de mayo de 2010 se vio
forzado a adoptar medidas drásticas de austeridad para evitar la intervención
de la economía española. Aquel final de mandato está reflejado todavía en los
rostros de aquellos gobernantes.
La socialdemocracia europea y española debe despertar del
espejismo de esos años locos, cuando nos hacían creer que la sociedad era una
inmensa clase media donde las marcas eran el único factor diferencial de un
mismo estilo de vida. Fantasía que la crisis ha hecho añicos. Y ese despertar
pasa por nuevas ideas, nuevas caras, nueva organización y nuevo proyecto
político.
El guión exige renovación ideológica, diferenciación de la
derecha, puertas abiertas a nuevos liderazgos y una reforma sin contemplaciones
de un partido anquilosado en los territorios y en manos de núcleos casi
familiares que están más preocupados en defender sus intereses que en los
programas e ideas del partido o los de las clases sociales a quienes
representan.
El PSOE está metido en un socavón sobre el que debe
construir una plataforma de lanzamiento o sus electorales se irán
definitivamente a otra parte, sobre todo los electores jóvenes cansados de
tanto esperar un cambio. La democracia española se juega mucho porque necesita
imperiosamente una alternativa al PP. Una democracia sin alternativa es un
contrasentido, pues se convierte en un régimen sin vida.
El 25M ha dejado al partido del Gobierno, el PP, muy
debilitado electoralmente, pero salvado por el estado agónico y sin rumbo del
partido socialista. Tenemos un poder débil y no se vislumbra en el horizonte la
alternancia. Y lo más grave, no hay una alternativa clara al proyecto sin
sentido de la derecha.
Esa alternativa no se resuelve con un simple cambio de
personas, sin diferencias sensibles en la política, o con un simple traspaso de
poderes orgánicos. El PSOE se ahogó nadando en las mismas aguas que el PP, pero
los partidos ascendentes no configuran de momento un proyecto real. El
bipartidismo cojea, pero no sabemos todavía como se concretará el paisaje
pluripartidista con un movimiento como Podemos, que está trastocando
muchas cosas y ojalá siga haciéndolo por el bien del país y de su democracia.
Dos pensadores políticos de la categoría de Ralph Dahrendorf
o Norberto Bobbio, fundamentan la democracia, el primero, en la clara simplicidad
del juego derecha-izquierda y, el segundo, en la capacidad de poder elegir
entre verdades alternativas. Inclusive han llegado a poner en duda
la viabilidad democrática sin estas formas tan simples de oposición. Y dicen
que solo una visión distinta de la política puede crear una auténtica
alternativa democrática.
Por eso en esta crisis del sistema, no sería ocioso que en
su proceso de renovación, el PSOE dotara a su organización del músculo
ideológico, que tanta falta le hace, y de capacidad intelectual para generar
una clara y determinante posición y función en la sociedad española, asumiendo
de forma clara y rotunda la reflexión de Albert Camus cuando escribía que “hay
que estar siempre con aquellos que padecen la historia, no con los que la hacen”.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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