Hay
una película española dirigida por Manuel Gómez Pereira titulada: “¿Por qué lo
llaman amor, cuando quieren decir sexo?”. Pues bien, cuando hablamos de la
crisis, no sé por qué regla la llamamos crisis cuando está muy claro que fue un
golpe de Estado financiero para que entre todos pagáramos la deuda de los bancos.
Esta
crisis, que estalló en 2008, tiene muchas dimensiones y denominaciones, y
aunque comenzó como una crisis financiera o de los bancos, rápidamente derivó
en una crisis económica general. Sin embargo, no quedó ahí la cosa, porque al
tener que endeudarse el Gobierno para hacer frente a sus consecuencias, pronto
se convirtió en una crisis de la deuda soberana -el conjunto de deudas que
mantiene un Estado frente a particulares u otros países-. Y la respuesta a esta
situación fue la política de austeridad del Gobierno de Rajoy, que terminó
provocando una grave crisis económica, social y política.
El
resultado ha sido un gran sufrimiento para la gente. La sensación es que el
Gobierno trabaja solo para los bancos. Y que eso que llama deuda soberana es el
resultado de lo que hemos tenido que apoquinar a los bancos o a otros por culpa
de su mala gestión. En este país se ha instalado la precariedad como horizonte
de futuro, y eso ha derivando en una crisis política de imprevisibles
consecuencias. La legitimidad de este Gobierno y de toda la estructura política
ha quedado muy dañada, tanto en España como en Europa. La gente pone en
cuestión aspectos fundamentales del sistema político y también económico. La
ciudadanía percibe que no tiene instituciones o canales a los que puedan
dirigir sus quejas, reclamaciones o propuestas para solucionar sus problemas.
El
problema está en saber cómo evolucionará el sistema a partir de ahora. Una
posibilidad es que las élites políticas tomen conciencia del problema, se
pongan las pilas y acuerden introducir ciertas reformas en el control de las
instituciones financieras -en vez de estar a su servicio-, para prevenir que no
vuelva a ocurrir otra catástrofe como la de 2008 por falta de regulación. Pero
así el sistema seguirá cojeando más o menos como hasta ahora, la desigualdad
seguirá aumentando y aspectos fundamentales como la crisis ecológica -que
también existe- seguirán sin abordarse. Y veremos el triunfo del individualismo
egoísta y de la sociedad de cazadores de la que habla Zygmunt Bauman, el
sociólogo y filósofo ganador del Premio Príncipe de Asturias de Humanidades de
2010.
Otra
posibilidad es que los movimientos sociales, organizados en sociedad civil,
fuercen a las élites políticas a cambiar, a revisar las estructuras desde la
forma de los partidos a los mecanismos de participación que propicien cambios
sociales profundos. Cambios a mejor, que hagan evolucionar el actual
capitalismo financiero -motor de todo el sistema- a una forma de capitalismo
más igualitario y, por tanto, más estable. Aunque es difícil imaginar que pueda
surgir un impulso reformador desde el interior del propio sistema, si no se
fuerza al mundo financiero y empresarial a reaccionar y aceptar cambios desde
las bases de una sociedad organizada.
Y en
esa tarea están los movimientos sociales, las redes ciudadanas o ese fenómeno
político llamado Podemos. Una organización de nuevo cuño que aspira a llegar a las
instituciones sin renunciar a sus formas de representación de base. La idea de
que los movimientos sociales puedan tener un pie en el sistema político y otro
en la sociedad civil hacen tan interesante y todavía más ilusionante un
proyecto como el de Podemos. Esperemos
lo mejor de ellos por y para el bien de todos.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez
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