viernes, 12 de septiembre de 2014

Derecha, izquierda e igualdad.

La izquierda siempre se ha identificado con aquellas corrientes políticas que ponen la desigualdad en el centro de su acción, y desarrollan diferentes estrategias para reducirla. Mientras que la derecha considera la igualdad inherente a la condición humana, como un hecho natural que no tiene sentido combatir e incluso es positivo, sobre todo si el resultado del esfuerzo individual funciona como un motor de progreso. Así que para tenerlo claro, ¿de qué hablamos cuando hablamos de izquierda? o ¿Tiene sentido seguir hablando de la izquierda como de una entidad única y enfrentada a una supuesta derecha? Hay un pequeño libro de Norberto Bobbio, Derecha e Izquierda, que el gran académico italiano utilizó en 1995 para zanjar milagrosamente el debate acerca de la utilidad o no de la clásica distinción. Harto de esa supuesta muerte de las ideologías y de la ilusión de las sociedades ambidiestras o bipartidistas, Bobbio demostró en unas pocas páginas por qué se puede seguir hablando de izquierda y derecha. Y la clave para Bobbio, que debería ser también la de todos nosotros, reside en la posición que tenemos frente a la desigualdad.

Obviamente cada día somos más desiguales. Los ricos son más ricos y el resto cada vez más pobre. La crisis económica ha disparado las desigualdades y los privilegios de ese 1% más poderoso que lo domina todo. Parece como si los señores feudales nunca se hubieran ido, y sin embargo, la desigualdad y la miseria de hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, se podrían solucionar. El problema actual no es que falte producción, sino como se reparte. Esta  tragedia es aún más injusta en nuestro tiempo porque hoy tiene arreglo, aunque la desigualdad aumenta. Por ejemplo acabar con el hambre en la Tierra, según un informe de la FAO de 2009 (siglas en inglés de la Organización para la Alimentación de Naciones Unidas), costaría 30.000 millones de euros anuales. ¿Es mucho dinero? No tanto, si pensamos que esa cantidad es la que puso el Gobierno de Rajoy para salvar Caja Madrid. Y Europa ha empleado ya en el rescate del sector financiero 3.700.000 millones de euros. La derecha, defensores de esa política neoliberal de salvar bancos, piensa que no es necesario salvar a las personas del hambre, porque dicen que este es un hecho natural consecuencia de un problema maltusiano,  la población crece más rápidamente que la producción de los alimentos. Otra gran mentira según la FAO, porque la mitad de los alimentos o de la comida que se produce en el primer mundo acaba en la basura para que no bajen los precios. En definitiva, que los dineros y los bancos están por encima de las personas.

La miseria no es hoy ni una plaga bíblica, ni una maldición, ni una catástrofe natural. Tiene arreglo. Tiene solución, y la salida hacia ese mundo mejor no tiene nada que ver con aumentar la producción ni obsesionarnos con el crecimiento, sino con mejorar el reparto y combatir la desigualdad. En el Cuaderno nº 2 de eldiario.es, Ignacio Escolar decía que “en España compartimos dos problemas que deberían ser incompatibles: somos, en términos relativos, uno de los países del mundo con más casas vacías -la mayor parte han terminado en manos del Estado a través del banco malo- y al mismo tiempo tenemos a miles de ciudadanos desahuciados. Gente viviendo en la calle y pisos vacios, en una misma ciudad. Familias enteras durmiendo en un portal bajo carteles descoloridos de “se vende”, cuatro plantas hacia el cielo, un poco más allá”. Pero nos explican que eso debe ser así para que las personas se esfuercen y salgan por sí mismo de esa situación de pobreza, cuando esta representa la peor estampa de una época moralmente miserable, muy difícil de explicar y más difícil de aceptar.

La defensa de la igualdad está escrita en mármol en el pedestal sobre el que se levantan todas las democracias. Y en todas las constituciones la sacrosanta igualdad suele aparecer en los primeros artículos, en la planta noble, en el cuerpo doctrinario principal, en las obligaciones y derechos de la ciudadanía. Los mismos derechos que aparecen en el Titulo I de la Constitución Española, donde se habla de la igualdad de oportunidades; del derecho a la vivienda; del derecho al trabajo; del derecho a la educación, a la sanidad, etcétera. El problema de la práctica de estos derechos surge cuando el Gobierno se aleja de esa realidad, y su sector público cada vez pesa menos y, en ocasiones, inclusive redistribuye hasta marcha atrás: aumentando la desigualdad y poniendo el Estado al servicio de los que más tienen y no de los que más lo necesitan. En esa situación la desigualdad aumenta, y pone en riesgo hasta la propia libertad. Podrá la democracia sobrevivir en un mundo donde la desigualdad se dispare aún más. No lo creo. Por eso el reto de la izquierda está en cómo reformar el Estado de bienestar para que siga reduciendo la desigualdad. Para que cuando digamos todos somos iguales, algunos no sean más iguales que otros.

Ángel Luis Jiménez Rodríguez

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