En
estos treinta años de democracia la sociedad española ha sufrido un profundo
cambio en materia de creencias entrelazado con los cambios sociales. Analizarlo
no es sencillo por su complejidad y por lo espinoso que es siempre tratar el
tema religioso en nuestro país. Pero la secularización generalizada, fruto de la modernidad, está
haciendo que la religión haya perdido peso en la sociedad. Desde una
perspectiva sociológica, el cambio impulsado por los procesos citados ha hecho
que la religión tenga cuantitativamente menos peso y cualitativamente otra
forma.
Sin
embargo, desde la perspectiva ideológica, el debate parece moverse en los
mismos parámetros de siempre, con un desajuste entre la representación del
hecho religioso y la realidad del mismo. Hasta el año 1978 la religión católica
formaba parte de la estructura del Estado. Pero la Constitución Española la
ubica en el ámbito de lo privado, porque dice en su artículo 16.3 que ninguna
confesión tendrá carácter estatal. A pesar de lo dicho, la mayoría de las
prácticas religiosas se siguen manteniendo en el ámbito de lo público y con la
participación de autoridades eclesiásticas y políticas, lo mismo en actos
civiles como religiosos. La religión ha
desaparecido de las estructuras pero se mantiene por la inercia en la cultura
política.
Buen
ejemplo de lo que digo es lo ocurrido el pasado 15 de Agosto, fiesta religiosa
de la Asunción de María, en la que no sé cuantos Ayuntamientos han ratificado a
sus Patronas como alcaldesas perpetuas de su pueblo o ciudad. También hubo
obispos y curas que aprovecharon este hecho para hablar de política en sus
homilías, convirtiendo la misa a la virgen en auténticos mítines políticos. Sin
ir más lejos, al obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, le pareció que
la misa de la virgen era la ocasión ideal para urgir al Gobierno a dejarse de
“titubeos” y aprobar ya la reforma de la ley del aborto.
El
intrusismo es reciproco tanto en lo público como en lo privado y en lo político
como en lo religioso. La ministra Fátima Báñez, sin ir más lejos, ha
encomendado a la Virgen del Rocío tareas de su estricta competencia como el
paro y la gestión económica de su ministerio. O la concesión por el ministerio
del Interior de la medalla del merito policial a Nuestra Señora María Santísima
del Amor por su lucha contra la delincuencia. Me parece increíble, pero así es
y así ocurre. El intercambio de papeles entre Política y Religión es continuo y
la televisión recoge ejemplos todos los días.
Algunos
ejemplos más de ese intercambio político-religioso del día de la Asunción
fueron en Madrid, aunque también se dieron en otros lugares de España, la
alcaldesa, Ana Botella, pidió a la Virgen de la Paloma trabajo para los
madrileños. Normal. Ella es incapaz y no puede hacer nada. Pero peor fue lo del
consejero de Sanidad de la Comunidad Autonómica, que pidió salud para todos los
madrileños. “Así ahorraremos dinero de las arcas porque con la ayuda de la
Virgen no habrá que gastarlo para tratar a las personas”. Bochornoso.
Comprendo
que al PP le cuesta aceptar las formas de un Estado aconfesional. Pero como
buenos cristianos deberían aceptar este pequeño sacrificio. Como ciudadano
exigiría que los políticos y los religiosos ejercieran cada uno en su olivo: en
la misa, misa; en el mitin, mitin; y en política, política. Y a Dios lo que es
de Dios y al César lo que es del César. Lo digo yo y lo dicen también los Evangelios.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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