lunes, 20 de enero de 2014

No es país para fatalistas.

Todo discurso fatalista, además de quedarse inmerso y bloqueado en su propia negación, acaba siendo cómplice de este Gobierno oscurantista y poco transparente.
Hay gente que parece exhibir cierto regodeo en pronunciar frases como “todos son iguales” o “lo mismo roban unos que otros”. Parece que así se confirmara su fe oscurantista, ratificada en  la negación de cualquier conato de optimismo. Mi impresión es que ese discurso fatalista, además de quedarse inmerso y bloqueado en su propia negación, acaba siendo cómplice del oscurantismo gubernamental. La estrategia de este Gobierno, inmerso en el mayor escándalo de corrupción de la democracia, parece sencilla: asegurar que los ciudadanos no solo vean recortadas sus garantías de protesta, sino también su ánimo, para acabar hundiéndolos en un fatalismo crónico. Por eso, limitan el derecho de manifestación siguiendo el procedimiento habitual, es decir, declarando que para afianzar derechos y libertades se coartan derechos y libertades. Pero una vez más se equivocan, este no es país para fatalistas.
Decía Albert Einstein que “no pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo” y “es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado. […] Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.”
En relación con esta larga cita, y si algo hay que decir de los vecinos de Gamonal y de otros vecinos y barrios de este país, es que se está en plenitud de inventiva, se está acertando con la estrategia, se está trabajando duro combatiendo el conformismo y, finalmente, se está promoviendo la crisis para acabar con la crisis que imponen las élites económicas y sus élites políticas subordinadas. Por eso, este no puede ser el tiempo de los tibios, ni el de a los que todo les da igual y mucho menos el de los que creen que es un signo de educación cederle el paso a quienes estén dispuestos a ocupar nuestra casa, nuestra calle o nuestro barrio y no devolvérnoslos nunca.
Aprovechemos este conflicto social para obligar a cambiar las formas de hacer política, para infundir esperanza, aunque sea ciega y esté encadenada, para inflamar el grito visionario que nos saque a la calle e impulse nuestra soberanía, la de la clase trabajadora, la de la gente corriente, la del pueblo. El poder popular creado a raíz de este conflicto en Burgo y en otras ciudades españolas no debe disolverse, sino fortalecerse y dar un salto adelante, apostando por desarrollar marcos de decisión popular para que no nos roben ni el presente, ni el futuro, y que los ciudadanos decidamos siempre sobre ambos. Generar poder popular es generar poder social, cultural e institucional para derrotar el poder de los que se dicen poderosos, pero que en realidad no lo son. 

Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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