El fondo y la forma son muy
importantes en la literatura y el arte, pero más en la política. Porque el fondo
es lo que queremos decir o hacer, ya sean ideas, conceptos o sentimientos, y la
forma es cómo lo decimos o hacemos ante los demás. Desde luego, sí queremos ser
coherentes en política el fondo y la forma deben ir unidos.
Todo esto viene al hilo del debate de investidura de Susana Díaz como
presidenta de la Junta, que comenzará mañana miércoles en el Parlamento de
Andalucía poniendo fin a un proceso de elección política donde la forma ha sido
muy criticada. Esta será la cuarta vez en cinco años que la Cámara elija un
nuevo jefe de Gobierno andaluz tras la de Manuel Chaves (2008), José Antonio
Griñán (2009 y 2012) y ahora la de Susana Díaz (2013). Investidura en la que no
habrá sorpresas, pues los 47 votos de los diputados del PSOE tendrán el apoyo
de los 12 diputados de IU, sus socios en el Gobierno de Andalucía.
El nivel de crítica por la forma
de hacer y actuar del PSOE ha sido muy fuerte dentro y fuera del partido. Las
primarias exprés o el simulacro de primarias para la elección de candidatos no
ha estado muy acertado sobre todo por su premura, no dando tiempo a los
aspirantes que no tenían apoyo alguno del aparato. Y aunque se puedan compartir
algunas de las críticas o reservas que se han planteado en la forma de elección
de Susana Díaz, mejor no pasarse porque ya resulta llamativa la ferocidad con
la que el PP se ha lanzado contra ella antes de que empiece su andadura como
presidenta.
Según el PP la elección de Susana
Díaz es un “dedazo o “susanazo”, una imposición de Griñán. Como si el PP fuera
un ejemplo a seguir con sus “dedazos” en las Comunidades de Madrid o Valencia o
como las vergonzantes palabras de Juan Ignacio Zoido, alcalde de Sevilla y
presidente súbito del PP de Andalucía, sobre la candidatura a la Junta: “hay
que estar a lo que decida Rajoy”. Además, las críticas a Susana Díaz por su juventud,
falta de experiencia o sus orígenes modestos rezuman un clasismo de lo más negativo.
No es el candidato más joven en alcanzar la presidencia de la Junta (Borbolla
tenía 36 años), así que si molesta por algo debe ser por ser mujer y de origen
humilde, “no es de nuestra clase” dicen los del PP.
Pero donde la crítica resulta delirante
es por su condición de mujer. Susana no es decidida o valiente sino “ambiciosa”;
no es inteligente sino “lista”; no aprende sino que es “una esponja”. Y aunque
es universitaria es “indocumentada”, “barriobajera” y “de estética poco
depurada”. El marco se completa con un repaso a su estilismo, al color de su
pelo o de sus blusas. Si esto no es sexismo, me gustaría que me explicaran de
qué se trata. Pero a mí todo esto me parecerá banal, vacio e irrisorio si la mujer
que va a ser investida el jueves como presidenta se compromete con todos los
andaluces en ser “implacable” contra la corrupción y el desempleo.
Porque al final lo importante con
o sin Susana Díaz es que el próximo Gobierno de Andalucía tenga fuerza y ganas
para sacarnos a los andaluces de este agujero de desesperanza en el que estamos
inmersos. Que se tomen como propio y prioritario el reto del desempleo y la
corrupción y sitúen a Andalucía en el debate nacional. Y, sobre todo, que tengan
proyectos nuevos y una apertura real a la sociedad andaluza, sintiendo y
haciendo como suyos los problemas de la ciudadanía. Así y solo así, me podre
olvidar del abuso en la forma porque entonces sabré que el fondo está lleno de contenido.
María José y Ángel Luis Jiménez
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