Nunca he puesto por escrito mis recuerdos e impresiones sobre la
tarde-noche del 23-F de hace 33 años en Algeciras, pero la memoria es frágil y
esta conmemoración puede ser el momento para hacerlo, antes de que llegue el
olvido.
El día del golpe fue un día normal hasta las 6:30 de la tarde. Aquel
día después del trabajo y cumpliendo una rutina, me recogió en casa Francisco
Calvo, compañero de partido y de Corporación, para iniciar la agenda que me tenía
preparada como portavoz del PA en el Ayuntamiento: visitas, gestiones sobre
problemas a resolver de la vida política local o contarme alguna confidencia.
Estábamos en la sede del partido y teníamos sintonizada, como
siempre, Radio Algeciras de la cadena SER.
De repente a la hora indicada se interrumpió la programación para informar que unos
guardias civiles habían irrumpido en el Congreso de los Diputados durante la
votación de la investidura de Calvo Sotelo como nuevo presidente del Gobierno, y
como fondo de la información sonaron disparos contra la libertad.
Esta noticia fue como un escalofrío que recorrió todo el espinazo del
país, pero también de mi propio cuerpo. Mi primer pensamiento fue para los
congresistas y compañeros diputados del Partido Andalucista. Y después pensé que
a esa hora, ese día y en ese lugar inadecuado me hubiera encontrado yo si
hubiera aceptado sustituir al compañero Alejandro Rojas Marcos que, por razones
que no vienen al caso, tenía que dejar su escaño de diputado por la provincia
de Cádiz, y yo era el siguiente en la lista electoral.
Llamé inmediatamente a mi casa para informar a mi esposa y compañera
de lo que estaba ocurriendo, y me dijo que había que recoger a mi hija María José
que se encontraba en clase particular en la calle Convento. Hacia allí nos
dirigimos Paco y yo. Como el
Ayuntamiento estaba situado en la misma calle, le pedí como favor a Paco que
recogiera a mi hija y la llevara a casa, que yo lo
esperaría en la alcaldía.
En el Ayuntamiento se encontraba el Alcalde Francisco Esteban del PCE.
Lo primero que hice fue ponerme a su disposición, así como a la organización de
mi partido, para lo que hiciera falta en esos delicados momentos de nuestra
democracia. También estaba allí Manolo Aguilar del PSOE -entre otros compañeros
de corporación-. Ambos portaban pistolas, pues tenían permiso de armas.
En alguna ocasión me habían ofrecido arreglarme la documentación para su tenencia, -después de los asesinatos de los abogados laboralistas de Atocha parecía necesario ir armado porque nuestra democracia no estaba consolidada- pero a mí siempre me ha parecido que las armas solo se usan si se llevan. Además, una de mis primeras propuestas al entrar en la Corporación fue que la policía local solo portara armas durante el servicio, el resto del tiempo las armas deberían estar en el armero municipal y no en posesión o en el domicilio del policía. Y me parecía que tenía que ser coherente en este aspecto con dicha propuesta.
En alguna ocasión me habían ofrecido arreglarme la documentación para su tenencia, -después de los asesinatos de los abogados laboralistas de Atocha parecía necesario ir armado porque nuestra democracia no estaba consolidada- pero a mí siempre me ha parecido que las armas solo se usan si se llevan. Además, una de mis primeras propuestas al entrar en la Corporación fue que la policía local solo portara armas durante el servicio, el resto del tiempo las armas deberían estar en el armero municipal y no en posesión o en el domicilio del policía. Y me parecía que tenía que ser coherente en este aspecto con dicha propuesta.
Al entrar en el Ayuntamiento observé un piquete uniformado
de falangistas, todos con armas, entre ellos se encontraba Gómez de Avellaneda,
conocido militante de Fuerza Nueva y compañero de trabajo en Interquisa,
petroquímica del grupo Cepsa. Me dirigí a él preguntándole
por su presencia allí y por qué iban armados, su respuesta fue “Estamos aquí por orden del Gobierno Militar
para vigilar a los rojos de la Corporación”. Aquello no era cierto, pues una
llamada del Alcalde al Gobierno Militar nos confirmó que no habían ordenado a nadie que vigilara o
controlara a la Corporación municipal y menos a su Alcalde, que por allí había
aparecido un grupo que se definía como de Fuerza Nueva ofreciéndose a la
autoridad militar para lo que hiciera falta, pero se les había despedido de forma
diplomática.
Un rato después regresó Paco Calvo, que había dejado a mi hija en casa
y había tranquilizado a mi familia. Me informó que estaba haciendo gestiones
para poder pasar, si triunfaba el golpe, en una embarcación a Gibraltar desde
la Línea. Gestiones parecidas también las estaban realizando otros compañeros socialistas y
comunistas. A mí me parecía -y así se lo dije a Paco- que no era necesario,
porque estaba seguro que el golpe no triunfaría.
Transcurridas tres horas de la intentona golpista, hacia las nueve y
media de la noche, después de estar sumidos en el miedo, la incertidumbre y la
angustia ante la eventualidad de otro enfrentamiento civil violento como los
que han jalonado nuestra historia, empezamos a tranquilizarnos en el
Ayuntamiento. Y esa tranquilidad nos vino por las noticias de la radio donde hablaban
de que las tropas ya se habían retirado de RTVE, el director de la Seguridad
del Estado, Francisco Laina, anunciaba la formación de un gobierno provisional,
y la Junta de Jefes de Estado Mayor y el Consejo General del Poder Judicial
ofrecían su total apoyo al Rey y su respeto a la Constitución.
Sin embargo, Tejero aún seguía teniendo secuestrado al Gobierno y los congresistas,
y Milán del Bosch ocupaba con sus tanques las calles de Valencia. Al volver a
casa cerca de las diez, apareció mi amigo Jorge del Águila del PCE que no se
fiaba todavía de la situación, y me dijo que se sentía más seguro en mi casa
que en la suya. Allí permaneció hasta después de la comparecencia televisiva
del Rey -que nos tranquilizó definitivamente a todos- en la que declaró su condena
al golpe y su compromiso con la Constitución y la democracia.
Este fue el principio del fin del golpe de Estado. Una vez se marchó
Jorge del Águila, pasadas las dos de la madrugada, nos metimos en la cama con
el transistor y nos quedamos dormidos por el cansancio. Al día siguiente al
despertarnos ya había salido el sol. La vida continuaba. La democracia también.
Algunas cosas aprendimos de esta trágica experiencia. Primero, que la
libertad es más grande que los partidos. Segunda, que la mejor vacuna contra la
violencia es la democracia. Tercero, que lo que nos une políticamente es más
importante que lo que nos separa. Cuarto, que con el fracaso del golpe se había
ido un ejército y se había quedado otro al servicio, como debía ser, de un
Estado democrático.
Como conclusión debo decir que el golpe fue una vacuna para la
sociedad española, porque consiguió el efecto contrario de lo que perseguían
los golpistas. Querían debilitar nuestra democracia y salió más fortalecida. Y
nos recuerda a los españoles, algo que no debemos olvidar, que la democracia y
la libertad hay que defenderlas y ganarlas todos los días.
Algeciras, 23 de febrero del 2014
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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