Decía Winston Churchill
que “la gente no quiere ser útil sino importante”, y añado que también quieren
aguantar el mayor tiempo posible en el carguillo, y todo sin tener la menor
idea de lo que están haciendo.
En este país el político
acepta el puesto que le ofrecen sin siquiera preguntarse si tiene la menor idea
de lo que tendría que hacer y si será útil para el puesto. Sumiso al que lo ha
nombrado, se instala en la rutina, atento a un solo objetivo: evitar cualquier
decisión que conlleve el riesgo de perder el cargo. Lo único que al final le
importa es aguantar el mayor tiempo posible, porque de él depende sus ingresos
pero algo más importante, la valoración social que luego se le tenga. Ser
importante.
Por eso en este país en
los últimos años ha dominado la cultura del pelotazo y los mediocres, como
cuenta Antonio Muñoz Molina en su libro Todo lo que era solido. “A una economía
especulativa le corresponde sin remedio una conciencia delirante”, dice. “Se
cambiaron las leyes no para hacerlas mejores, sino para asegurarse de que
podrían actuar sin problemas al margen de ellas”, afirma.
La España de la
especulación, el dinero fácil, la corrupción social y política se convierte en
“el país de los simulacros y los espejismos, el de las candidaturas olímpicas y
las exposiciones universales, el de las obras ingentes destinadas no a ningún
uso real sino al exhibicionismo de los políticos que los inauguraban y el
halago paleto de los ciudadanos que se sentían prestigiados por ellas”. No les
preocupaba hacer puentes donde no había ríos, aeropuertos donde no aterrizaban
aviones y autopistas por donde no pasaban coches. La modernización de España ha
terminado siendo la modernización de las apariencias.
Y no me vale la excusa
de que esa es nuestra cultura, que los españoles somos así. Porque el cambio de
hábitos hoy es posible y más necesario que nunca, aunque no sea fácil. Los
hábitos de conducción (la velocidad, el cinturón, el alcohol) se han transformado
radicalmente en diez o quince años. Los hábitos de fumar cambiaron de la noche
a la mañana. Porque no pueden hacerlo también nuestras instituciones políticas
y económicas. Pienso que si hay un esfuerzo decidido e integrado, España puede
cambiar.
Los españoles tenemos la
energía y la creatividad para salir de esta situación. España debe elegir tocar
fondo. El país se enfrenta a una elección trascendental: modernidad o
populismo. En una dirección está el bienestar, el trabajo duro pero con
recompensa justa, la seguridad jurídica y unas instituciones en las que podamos
creer. En la otra está la cultura del pelotazo, la mediocridad, el dinero fácil
y un capitalismo de amigos en el que las ganancias son del que tiene contactos
y las pérdidas de la sociedad en su conjunto. La elección siempre es nuestra.
Así que tenemos que elegir, ¿ser útiles o importantes? Y lo que esto en el
fondo significa.
Ángel
Luis Jiménez Rodríguez
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