En medio de la crisis que estamos viviendo,
un profesor de Harvard, James A. Robinson, ha publicado una obra que es un
discurso discordante sobre el origen de la recesión. Esta obra, publicada ya en español por editorial Deusto,
se titula “Por qué fracasan los países”. Libro citado continuamente por economistas de todo pelaje y condición, y que
el premio Nobel de Economía de 2011, George Akerlof, ha llegado a comparar con
una de las obras cumbre de la historia del pensamiento económico, “La riqueza
de las naciones” de Adam Smith.
El tratado de Robinson hace un exhaustivo
análisis histórico para intentar explicar por qué unos países se desarrollan
más que otros. Su conclusión es que aquellos países que gozan de instituciones
políticas democráticas y que hacen participes a los ciudadanos de las
decisiones siempre tienen más opciones de progresar. Dice que cuando el poder
está repartido, cuando todos los ciudadanos son tratados con justicia, cuando
hay pluralismo y Estado de derecho, se generan automáticamente “círculos
viciosos” que conducen a un mayor desarrollo del país.
Explica que la crisis mundial es muy heterogénea,
pero en el caso de la europea está la decisión de Kohl y Miterrand de impulsar
una integración monetaria sin que fuera acompañada de una integración fiscal.
Esa integración monetaria era sobre todo un proyecto político más que
económico, y como hoy podemos comprobar no consiguieron lo que querían. Pensaron erróneamente que la integración
económica era la forma de forzar la integración política. No pensaron que si
tienes una unión monetaria, pero con grandes diferencias entre países, y no hay
armonización fiscal se crea una dinámica inestable y una situación insostenible
que lleva, sin remedio, a la recesión.
Para Robinson el capitalismo es inestable y
más temprano o más tarde los países sufren sus recesiones periódicas, incluso
aquellos países que tienen instituciones democráticas y mecanismos de control
para controlar sus déficits y supervisar sus sistemas. Pero algo que no se está
haciendo bien en esta crisis es no separar el problema de la deuda, un problema
a largo plazo, de los problemas sociales y financieros, que son siempre a
corto. La deuda existente no hay más remedio que aplazarla en el tiempo. Y las
soluciones a corto plazo dependen de que la Unión Europea muestre una
solidaridad creíble y suficiente con España y los otros países europeos con
problemas para que puedan acceder al dinero necesario para su economía a unos
intereses bajos o muy bajos.
Dice Robinson que pagar la deuda debe llevar
30 o 40 años, no menos, y que el Gobierno español como otros países europeos
deberían utilizar la política fiscal para que la gente vuelva a trabajar, a
mejorar el empleo juvenil y a que la económica funcione. Porque afirma que
tener tanta desigualdad es muy corrosivo para las instituciones y la sociedad,
y puede llevar a reacciones que nadie desea, que pueden ser muy violentas. Y
tiene muy claro que en esta crisis alguien tiene que pagar la deuda, pero quién
debería pagarla sino esa gente que se hizo enormemente rica en los últimos 20
años.
Posiblemente haya margen, pero no mucho
tiempo, para acabar en Europa con esas políticas restrictivas que han generado
tanto desempleo. La austeridad fue una mala idea que hasta el Fondo Monetario
ha reconocido como un error. No es bueno que por acumular déficit y deuda,
pospongamos las decisiones difíciles. Así que en la cumbre europea del próximo
jueves 27 hay que avanzar más en esa unión política que armonice las políticas
económicas y fiscales de toda la Eurozona. No hay, ni existe otra solución para
nuestros problemas.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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