En el pedestal de la estatua de
Dantón del barrio de La Bastilla en París se puede leer una frase suya que
sigue todavía vigente “Después del pan, la educación es la primera necesidad
del pueblo”. Por eso en muchos países no democráticos recortan la educación,
porque saben que la ignorancia de los más ha sido siempre el seguro de vida de
los menos.
Estos pensamientos me vienen a la
mente estos días por el inicio en el Congreso de los Diputados de los debates
parlamentarios para la tramitación del Proyecto de Ley Orgánica para la Mejora
de la Calidad de la Educación (Lomce). La séptima ley en materia de educación
que va a tener nuestro país desde la entrada en vigor de la Constitución.
Este proyecto de ley, que el
Gobierno ha remitido al Parlamento, ha suscitado ya un masivo rechazo de todos,
profesores, padres, alumnos y oposición. Inclusive ha tenido, sin estar
aprobada, una huelga de docentes y alumnos de centros públicos por su acentuada
orientación privatizadora, su intervención exacerbada y su insistencia en la
desigualdad. Solo la jerarquía católica la ha recibido con alborozo, porque de
nuevo recupera una posición de privilegio en el sistema educativo español.
Todo parece indicar que de
mantenerse la situación actual de rechazo total a la Lomce de todas las fuerzas
con representación parlamentarias, salvo el Partido Popular, la ley saldrá
adelante solo con el apoyo de la mayoría parlamentaria que sustenta al
Gobierno. La ley entonces será válida legalmente, según las pautas que rigen
nuestro sistema democrático, pero lo legal no siempre es sinónimo de
legitimidad y una norma perfectamente legal puede ser también ilegitima.
Hasta el Consejo de Estado, en su
dictamen sobre el anteproyecto de ley, formuló una demoledora crítica que
apuntó directamente a los cimientos sobre los que se sustenta la ley, la
ausencia de consenso en su elaboración. Dice el dictamen que de esta forma, el
texto analizado surge desprovisto del imprescindible consenso que ha de
impregnar la regulación de un tema tan sensible como la educación, que solo
quedará regulado por la opinión de un partido concreto y no por el de los
intereses generales.
Así pues, todo parece indicar que
el Gobierno enrocándose en su mayoría absoluta, sacará adelante su proyecto de
ley ignorando a las “minorías”. El filósofo del Derecho, Hans Kensel, decía que
la democracia no es la dictadura de la mayoría, sino que el valor y la esencia
de la democracia residen en la capacidad de la mayoría para sacar adelante sus
decisiones respetando a las “minorías”. Y en este caso no son tan “minorías”
pues el rechazo viene de la mayoría de los profesores, padres y alumnos y de la
oposición al completo.
Esta será una ley en la que nos
jugaremos mucho todos, porque la mejora sustancial de la enseñanza, dotándola de
mayores índices de calidad, se perfila como una cuestión esencial y decisiva
para el país en el actual contexto de crisis que vivimos. Si no podemos
asumirla todos y reconocernos en ella, solo permanecerá el tiempo que dure la
mayoría coyuntural que la apruebe. Lo mismo ocurrirá con otras leyes también
muy ideologizadas y doctrinarias, al servicio de la Iglesia y de los sectores
más radicalizados de la derecha, que ha aprobado este
Gobierno.
Ángel
Luis Jiménez Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario