Después del 15M
y el 22M, pienso que hay muchas protestas, pero pocos cambios.
En España y en
el mundo hay continuas convocatorias por las redes sociales -Twitter,
Facebook…- o por mensajería -Telegram, WhatsApp, Line…- para protestar contra
tantos abusos de la Troika o los Gobiernos que nos tienen a todos indignados.
Sin ir más lejos ayer, día 3 de abril, había una convocatoria de los sindicatos
en todas las grandes ciudades del país contra las políticas de austeridad y para parar
los recortes, reivindicando la implantación de planes de inversión que
reactiven la economía española y generen empleo.
Tantas cosas nos indignan que cualquier convocatoria a
través de las redes sociales y el boca a boca atrae a mucha gente. Y es que la
gente está muy cabreada, además sabe que las cosas pasan en la calle, y al
reunirse trasmiten un sentimiento de comunidad que tiene mucha fuerza. El
problema está en qué pasa después de la marcha o la concentración. Alguna vez
termina en confrontación violenta con la policía y otras muchas veces no. Aunque
resulta tremendamente paradójico que para proteger la seguridad de los espacios
públicos sea necesario condicionar como se hace el ejercicio de los derechos
ciudadanos.
A mí como a cualquier otro ciudadano que quiere ver
resultados, me preocupa que con frecuencia muchas manifestaciones o
concentraciones no tienen una organización previa con la capacidad necesaria
para dar seguimiento a las exigencias y llevar adelante el complejo, muy
personal y posiblemente aburrido trabajo político, que es el que al final produce
cambios en las decisiones de la autoridad o del Gobierno.
Sobre esto la profesora y socióloga Zeinep Tufekei, de la
Universidad de Carolina del Norte, ha
escrito que “antes de Internet, el tediosos trabajo organizativo necesario para
evadir la censura u organizar una protesta también ayudaba a crear la
infraestructura que servía de apoyo a la toma de decisiones y a las estrategias
para sostener esfuerzos. Ahora, los movimientos pueden saltarse esas etapas, lo
cual con frecuencia los debilita”.
Por eso no tengo la menor duda de
que hay un poderoso motor político prendido en las calles de las ciudades
españolas, que gira a altas revoluciones y genera mucha fuerza y energía. Pero
ese motor no está conectado con las ruedas y por eso no hay movimientos y los cambios
necesarios. Por tanto, es necesario conectar todos esos movimientos y
convertirlos en organizaciones capaces de hacer trabajo político a la antigua,
aunque la política esté ahora tan denostada. Porque la política es la única
herramienta que sirve para entenderse y llegar a acuerdos posibles entre
personas con diferentes formas de pensar y con intereses contrapuestos. Y solo con
la política, se podrá hacer real lo posible y también lo imposible.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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