domingo, 31 de octubre de 2010

El centenario de Miguel Hernández

Miguel Hernández nació en Orihuela, un día como hoy, 30 de octubre, pero de 1.910. Han tenido que pasar cien años desde su nacimiento para que esta voz fuerte y valiente vuelva a escucharse de nuevo. Y ha sido el pueblo, con los homenajes de su centenario, el que se ha encargado de devolvérsela.
Marcos Ana, escritor y militante comunista de 90 años, decía de Hernández al que conoció en la cárcel: “El franquismo mató a una de las voces poéticas más importantes. Él fue la cima de la poesía épica, que escribió tanto a un lado de la vaguada de las trincheras como en la cárcel”. Se dice que las recitaciones de Hernández durante la guerra civil, de su libro “Vientos del pueblo”, exaltaban los ánimos de sus camaradas y hacían vibrar los campos con aplausos enardecidos. No es de extrañar que, como él mismo dice, su espíritu se sienta más compenetrado con el aliento de los campos de Castilla que con el de los huertos levantinos. La dignidad del tono, del ritmo y del concepto, hacen revivir en sus labios en muchos pasajes las resonancias épicas del Romancero.
Es necesario decir, que el patrimonio literario de la guerra civil es uno de los más importantes de la humanidad, por lo que no se puede rebajar a esta poesía -como se dice muchas veces-como poesía de circunstancia. Se critica como realismo socialista, lo que nunca fue. Esta poesía habría que clasificarla como romances. Para mi entender la buena poesía no está fuera de la historia, como el arte en general. Esa época se puede definir como una epopeya, por el cambio social y literario -una revolución cultura-, y  por el acceso del lenguaje a la palabra de nuevas clases sociales, de ahí surge la poesía popular propia de la historia del romancero español. También una nueva estética que podría haber llevado a la literatura española a un nuevo siglo de oro. El paradigma de todo esto es Miguel Hernández procedente de clase humilde que asume un lenguaje que no es el suyo para cambiarlo y ponerlo al servicio del pueblo. Miguel Hernández, como García Lorca con su “Romancero gitano”, hacen compatible el romance con la vanguardia estética. El romance es la piedra angular para crear formas nuevas en la poesía y en el teatro, y de reconciliación social de las masas. El romance es una forma de comunicación y comunión para sellar un pacto entre las masas y el arte. El romance es diálogo. El romance es ritmo y dicción, en definitiva, compás como en el flamenco: música que se puede cantar y bailar. “Viento del pueblo me lleva, viento del pueblo me arrastra”. El romance tiene la vocación de ser poesía oral que sigue la tradición oral española.
Pero no podemos olvidar que en el marco de la guerra el romance fue fundamental para la renovación del teatro del siglo XX, años 30. Ya en 1934, la revista “Cruz y Raya” le publica a Miguel Hernández un auto sacramental y tiene una obra de teatro inédita, “El labrador de más aire”, drama en verso que, bajo la forma clásica, presenta un trozo de vida popular, campesina, con sus luchas y afanes modernos. Miguel Hernández, decía que en el teatro el verso toma cuerpo, se hace humano, opta por formas teatrales simbólicas, metafísicas, auto sacramentales “paganos” que forman parte de nuestra cultura o fondo cristiano. No hay teatro sin palabras, ahí debe estar su fuerza, ahí debe estar el ruido, los decorados no son importantes. Esa es la diferencia entre Miguel Hernández y Bertolt Brecht y su teatro político: el sentir y el pensar. Los españoles no pueden hacer teatro sin palabras -Hernández, Lorca, Valle Inclán, etcétera.-, sin poesía o romance.
Termino con la dedicación que le hace a Vicente Aleixandre, de su libro “Viento del pueblo”: “Los poetas somos viento del pueblo, nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia al pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
Córdoba, 30 de Octubre del 2010

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