Edward J. Snowden es un joven analista de
inteligencia que decidió arriesgarlo todo -está en riesgo de cadena perpetua y
muerte- por denunciar los abusos del espionaje masivo que realizan los
servicios secretos de los Estados Unidos.
Este ex-empleado de la CIA se asomó a las prácticas irregularidades de
la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y decidió, siguiendo su conciencia, que
el mundo conociera todo lo que estaba ocurriendo.
Snowden con su denuncia ha desatado una
tormenta mundial al exponer la fragilidad de la privacidad de nuestras
comunicaciones en la era digital, dejando al descubierto a los gigantes de
internet -Google, Facebook, Microsoft-, sacando los colores al presidente
Obama, y poniendo en guardia a los más potentes servicios secretos del mundo.
Todo hecho, con cuatro ordenadores portátiles y una llave USB, en beneficio del
bien común.
Con sus revelaciones Edward Snowden ha
dejado en evidencia que vivimos en un mundo donde es lícito tratar como
sospechoso a todos los ciudadanos. Para ello no hay nada más que leer lo
desvelado sobre los recovecos del sistema estadunidense “Prisma” capaz de
captar, registrar y, sobre todo, tratar ingentes volúmenes de información privada
para hurgar diariamente en nuestra más celosa intimidad.
La seguridad es un valor altamente deseado
por los Gobiernos y a ella se subordinan los valores y la salud democrática.
Sin embargo, olvidan que los sistemas de seguridad deben servir a la libertad,
en lugar de servirse de ella. Los ciudadanos celosos de nuestra libertad e
intimidad debemos estar muy agradecidos a este desconocido norteamericano por
su filtración, porque aunque la tendencia hacia el Gran Hermano es imparable
-ya lo contaba Orwell en su novela 1984-, al menos podemos imaginarnos
momentáneamente que algo se ha retrasado su avance.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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