Adolfo Suárez ha
muerto. Ahora se dirá todo lo bueno y lo malo del hombre del franquismo elegido
por el monarca para dirigir la transición desde la dictadura a la democracia. Labor
hecha admirablemente porque creía en la democracia, cosa extraña sabiendo de
donde venía, y que los rojos en general y los comunistas en particular tenían
derecho a ser legalizados y participar en ella.
Adolfo Suarez llegó
a creerse tanto la democracia que se atrevió a recordarle al Rey que un
presidente de Gobierno era alguien elegido por los ciudadanos, alguien que no
dependía del poder borbónico. Eso le complicó la vida. Los lectores de “Anatomía
de un instante”, el libro de Javier Cercas sobre el golpe del teniente coronel
Tejero, han podido enterarse en muy buena prosa de los desprecios del Rey y de
su actitud hostil contra Suárez y algunas de sus actuaciones políticas.
En este árido
país, Adolfo Suarez sembró semillas de libertad que germinaban al día
siguiente. Abrió las compuertas a los derechos civiles, que llevaban
generaciones atrapadas. Encauzó protestas y allanó el camino del poder a todos.
Y sin otros instrumentos que su audacia y su visión de las necesidades del país
se enfrentaba cada día con poderes invisibles que no aceptaban la democracia.
Adolfo Suarez
sufrió mucho incluso físicamente. Tuvo que escuchar la mayor ofensa para un
patriota, que alguien le llame traidor haciéndole responsable de los atentados
terroristas. Todos los terrorismos posibles, menos el islamita, se dieron cita
en su tiempo de gobierno, lo que dificultó y de qué modo la hoja de ruta de la
transición pacífica. También padeció la injusticia de quienes confundían al
gobernante con el mago, porque decían no tenía soluciones para los graves problemas de los españoles.
Adolfo Suarez cogió
una España de fundamentalismos y en su lugar levantó monumentos al diálogo y la
comprensión. Sin embargo, no quiso contar como lo hizo, cuando aun podía, porque no había perdido la memoria. Se calló
para no ofender, para no darse
importancia y para no parecer presuntuoso. Ha sido el único presidente de la
democracia española que no ha escrito sus memorias, aunque no podía hacerlo sin
contar cuales fueron los poderes invisibles que pudieron con él. No pudieron con
nuestra democracia, aunque también lo intentaron.
Descanse en paz
Adolfo Suárez, un personaje que pasará a la historia, porque sin él no se puede
entender la historia reciente de este país. El hombre que mejor representó el espíritu
de la Transición terminaba su aventura política traicionado por sus propios
camaradas, que se portaron con él como lobos descarnados. Sin embargo, fue el
hombre que hizo nacer la esperanza en este país en unos años muy duros y difíciles,
que es lo mejor que se puede decir de un político. Y su receta fue el consenso para
verter entre los españoles toneladas de comprensión, tolerancia, entendimiento
y solidaridad, que tanta falta hacían.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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