En el problema catalán hay dos tipos de liderazgos
políticos: el de los que no quieren hablar y el de los que no pueden hablar.
En enero Mariano
Rajoy declaró que estaba completamente dispuesto a dialogar sobre el encaje de
Cataluña en España, pero la actitud del presidente catalán, Arthur Mas, hacía
“imposible” cualquier entendimiento. La respuesta de Mas fue igual de
elocuente. Aseguró que él tenía la mejor voluntad de dialogar, pero no era
posible por culpa de la negatividad de Rajoy. O sea, los dos querrían. El único
problema es que ninguno quiere de verdad.
Desde la explosión soberanista de 2012, el Gobierno de
España y la Generalitat de Cataluña, Rajoy y Mas, están jugando una partida con
las cartas marcadas. Al movimiento de una de las partes, replica la otra lo
contrario de forma automática, pero conociendo unos y otros de antemano cuáles
son sus intereses y las reacciones de sus contrarios. Pero a mí, a veces, me da
la impresión de que ambos no saben a qué están jugando. Y esto es muy serio.
Esta semana ha transcendido la respuesta formal del
Ejecutivo de Rajoy al Parlamento catalán, que había pedido la delegación de
competencias para celebrar el tan manido y reclamado referéndum sobre ese
fantasmal derecho a decidir y que no está reconocido en ningún ordenamiento
jurídico. En su escrito el Gabinete de Rajoy fija posición sobre el tema y
arguye que la consulta no puede hacerse al conculcar dos artículos de la
Constitución, el 1.2 que especifica “La soberanía nacional reside en el pueblo
español” y el 141.3 que consagra la competencia del Estado como única autoridad
para celebrar referendos consultivos de especial trascendencia.
El criterio de la Moncloa no causo precisamente sorpresa en
la Generalitat. Arthur Mas en un acto institucional el pasado sábado dio su
particular visión sobre el origen de esta dialéctica. A su juicio, el conflicto
soberanista está visualizando un enfrentamiento entre “dos sistemas de valores
distintos”. Decía que la reacción de Madrid estaba basada en el ordeno y mando,
mientras la catalana se sustentaba en el trato y el pacto.
Pero en el fondo nadie reflexiona sobre los desgarros que en
la convivencia entre catalanes, y entre catalanes y españoles, está dejando la
falta de diálogo entre Rajoy y Mas, porque detrás de ese anhelado diálogo, tan
improbable como quimérico, se abre un tiempo en el que seguramente nos aguardan
incógnitas, incertidumbre y bastante dolor, ya que nos jugamos mucho.
Estamos en un tiempo en el que los medios de comunicación
están en una batalla diaria por ver quién gana en la transmisión del combate
entre los que no se hablan pero dicen que hay que hablar. Mientras tanto
tenemos una incertidumbre que esconde una certeza: los que están llamados a
hablar no quieren hacerlo, y sin embargo saben hacerlo. Pero, también debemos
tener muy claro que el diálogo no es la meta, sino un medio para alcanzar un
fin.
Sin embargo, Rajoy y Mas, en este último año, han ido
demostrando que no quieren o no pueden hablar, según quien pregunte. Porque Rajoy
en Barcelona y posteriormente en Valladolid dijo que no hablaría con Mas y
mandó callar a Rubalcaba. Pero Mas habló con Felipe González en el programa
Salvados de Jordi Évole en la Sexta y después con la Presidenta andaluza Susana
Díaz.
Y si hablan con otros, ¿por qué no hablan entre ellos? O bien
callan porque ya dieron el paso al frente y se lo han dicho todo o bien es
porque ninguno tiene nada que ganar con este dialogo. Rajoy, fiel a su estilo, calcula que no necesita hacer nada. Le basta con
negarse a mover ficha hasta que los planes secesionistas de Mas se estrellen
por su propia fuerza contra la Constitución, la Unión Europea, el déficit, la
incertidumbre y, en suma, los inconvenientes prácticos.
Mas tampoco
necesita ningún acuerdo, dice que lo respaldan dos tercios del Parlamento
catalán y movilizaciones públicas de hasta un millón de personas de una
población de siete, y que Cataluña, estrictamente hablando, ya es un Estado. En
el país de los mudos, cada uno de ellos vive en una realidad distinta pero
paralela y no se dan cuenta que se avecina un choque de trenes. Pero lo más
probable es que cada uno descarrile por su lado.
A fin de
cuentas, los ciudadanos son los únicos que están realmente preocupados por este
choque de trenes. Pero, ¿a los políticos como Rajoy y Mas les preocupan los
ciudadanos? ¿Y la incertidumbre, zozobra y dolor que están pasando por esa
falta de diálogo? Creo que no.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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