En estos días de tantas nieblas se echa mucho de menos
un faro que ilumine el camino a seguir. Pero seguro que este no será Rajoy, ni
tampoco su poco capacitado gabinete. En su comparecencia de ayer, Mariano Rajoy
haciendo balance de su primero año de gobierno no dió ninguna esperanza, más
bien se la reclamó a los españoles para él. Su discurso fue de realidades
espantosas y ninguna promesa. Afirmó no tener “ninguna intención” de suavizar
los objetivos del déficit, porque es ahí donde piensa seguir concentrado todos
sus esfuerzos. No aclaró la cuestión capitalísima de cómo vamos a pagar la
gigantesca deuda española y sus intereses, sin hundir al país en la ruina. Tal
vez, porque la deuda es impagable, porque no lo sabe o porque oculta esa
imposibilidad. Tampoco incluyó en su balance del año y previsiones de futuro las
medidas que propone para acabar con el desempleo. Como siempre abstracciones y
buenas palabras, pero ninguna salida creíble y congruente. También dió a
entender que los españoles sienten escepticismo, desesperación y decepción por
las medidas tomadas para evitar “la quiebra de España”. Y se justificó, como
siempre, en la herencia recibida. No se da cuenta que cuanto más tiempo pasa,
menos creíble resulta apelar a esa herencia. Este país necesita un líder
político que transmita esperanza, porque mientras hay vida hay esperanza, dice
el refrán. Pero eso con Rajoy no es posible por su pereza política y mental. La
mostró ayer con su tono vital y su mirada baja, depresiva, que transmitía poca
credibilidad y confianza. Lo primero que tenía que haber dicho es que sabía que
no iba a cumplir su programa electoral cuando se presentó a las elecciones. Así
hubiera asumido su responsabilidad. Pero el presidente Rajoy parece decidido a
perseverar en su pereza y su aislamiento. Y no asume responsabilidades. Lleva
treinta años haciéndolo y no le ha ido mal. El problema es si este país puede
aguantar tanto.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez
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