lunes, 13 de mayo de 2013

La dimisión como solución.


Esta semana se ha comentado mucho la portada de “The New York Times” del pasado domingo. La noticia afirmaba que por lo general en España no se dimite, aunque haya mil cargos políticos bajo sospecha.                                                                                                                                            
España no se parece a otros países europeos donde se dimite mucho, por ejemplo Inglaterra. En la cuna del constitucionalismo emergió un sistema subsidiario para enfrentarse a contextos de control deficitario de la responsabilidad política, capaz de amortiguar el dramático efecto que siempre causan los instrumentos judiciales de responsabilidad penal o criminal. Ese sistema subsidiario no era otro que la dimisión del gobernante o político responsable de asuntos de innegable dimensión política en los que hubiera metido la  pata o la mano.
El último circuito que tiene toda democracia para funcionar es el control de la actuación del poder público, aunque la mayoría de los dirigentes políticos de nuestro país tienen una inevitable tendencia a no aceptar control alguno y menos hacerse políticamente responsable de las decisiones deficientes que hayan podido adoptarse en su entorno o en algún recoveco de su entramado político o administrativo. Y como no hay nadie que quiera convertirse en el “chivo expiatorio”, algo que suele esperar la opinión pública en semejantes casos, no hay nadie que  dimita.
Pero qué podemos hacer los ciudadanos cuando los circuitos de control político fallan y nadie dimite, sobre todo sabiendo que el lento y complejo funcionamiento de la Justicia no nos merece mucha confianza y que los mecanismos generales de control se han colapsado definitivamente. La solución ha venido de la gente, de la calle, de los colectivos sociales, a los que se les ha ocurrido una solución primaria, simplista y radical: señalar con el dedo a los hipotéticos responsables, llegar hasta las puertas de sus casas y levantar la voz para que escuchen en directo nuestra protesta. O también ocupar la calle, los espacios públicos o digitales para manifestar nuestra indignación, nuestra protesta y nuestra oposición ante la clara y manifiesta deficiencia de nuestro sistema político, que ya no funciona, ni tiene nuestra confianza.

Ángel Luis Jiménez Rodríguez   

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