domingo, 11 de marzo de 2012

El discurso de la austeridad y el miedo.

Al inicio de la campaña electoral en Andalucía, el candidato del PP Javier Arenas nos repite continuamente el discurso de la austeridad, palabra con mucho arraigo en la tradición cristiana que parece sugerir el triunfo de la virtud -austeridad- frente al vicio del despilfarro. Eso sí, austeridad para las clases populares, para los que menos tienen, quedan excusados los que más tienen. El discurso de la austeridad es el instrumento ideológico del candidato Arenas. También nos lo repiten continuamente los ministros del Gobierno de Rajoy, en concreto, su ministro de Economía Luis de Guindos. Esta semana nos adelantó, en la sesión de control en el Congreso de los Diputados, que los presupuestos de este año serán muy austeros, los peores desde la Transición, con una bajada de gasto medio en cada ministerio de un 12,5% y un tajo brutal en la inversión pública del 40%. Pero lo más grave son las mentiras del PP, cuando dicen que los presupuestos deben ser austeros por el despilfarro anterior. El consejero del Banco de España, Guillem Lopez-Casasnovas, nos decía en El País del 4 de marzo que “dos tercios del déficit se explican por las desviaciones derivadas de la pobre recaudación de impuestos y sólo un tercio de la desviación del gasto”. Ante tanta mentira, la izquierda debe usar la Sociedad de la Información, las nuevas tecnologías y las mayorías sociales si quiere tener una posibilidad de impedir el saqueo de la mayoría de los derechos sociales básicos en los presupuestos aplazados de este año, -aplazados para ahorrarnos disgustos hasta después de las elecciones andaluzas, dicen-. Estos y las leyes son los únicos instrumentos de que disponen las clases populares para conseguir que no sean reversibles sus conquistas sociales. Porque no podemos perder nuestros derechos, ni volver al pasado permitiendo que este capitalismo depredador con su discurso del miedo -miedo como instrumento político-, allane el camino a cambios que en otras circunstancias se hubieran considerado inadmisibles e inaceptables por la ciudadanía.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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