lunes, 19 de marzo de 2012

¡Viva La Pepa!

Hoy se cumplen 200 años de la aprobación en Cádiz de la primera Constitución que consagró en España la muerte del súbdito y el nacimiento del ciudadano, motivo para sentirse orgulloso de ser gaditano. España fue el tercer país del mundo después de Estados Unidos y Francia en dotarse de una Constitución. La Constitución, muy extensa con más de 370 artículos, toma decisiones muy importantes que perduran evolucionadas o no hasta hoy, a pesar de las interrupciones en etapas autoritarias y antidemocráticas. La Constitución fue más lejos que los discursos de sus diputados progresistas, que no querían perder apoyos o votos del resto de los diputados entre los cuales había sacerdotes y obispos. Pero estos diputados sabían que no hay Estado Constitucional sin separación de poderes, lo que  a su vez garantiza los derechos ciudadanos. Por eso explicaban la Constitución aprobada diciendo que se creaba una asamblea representativa y electiva para hacer las leyes, limitando el veto del Rey como algo temporal y anulable por las Cortes, se establecía un poder ejecutivo que residía en el Rey pero que concedía la última decisión a los ministros del ramo y se limitaba el poder judicial a entender exclusivamente de materias jurisdiccionales, excluyéndoles de la participación política. Termino esta reflexión sobre la Constitución de 1812 seleccionando algunas de las aportaciones de las Cortes de Cádiz a nuestro derecho Constitucional actual: El derecho fundamental a la difusión de las ideas, mediante la libertad de expresión e imprenta; La educación básica como obligación del Estado; La fiscalidad para todos que repartirá los impuestos sobre bienes rústicos y urbanos en proporción a sus facultades sin excepción ni privilegio alguno; Libertad de trabajo y de industria, abriendo la actividad económica a todos sin más restricciones que su capacidad; La creación de las Diputaciones Provinciales tratando de crear en todo el territorio nacional  un sistema uniformizado. Casi 200 años después, estos y otros derechos de la Constitución de 1812 impregnan el espíritu y la letra de la Constitución de 1978. Hoy, que tenemos libertad y somos ciudadanos, nuestro grito de alegría democrática no puede ser otro que ¡Viva La Pepa!      

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