En Europa ningún país escapa de
la corrupción, pero está claro que a mayor transparencia, menor corrupción. Y
como consecuencia de los casos de corrupción, hay países que saben conjugar el
verbo dimitir con más acierto que otros. Aunque solo sea para lavar la imagen
del jefe del Gobierno de turno o para dar ejemplo y evitar males mayores. En
España, esto no ocurre ni por asomo. Nada más que hay que ver el caso de Ana
Mato, ministra de Sanidad, a la que el presidente del Gobierno le ha renovado
públicamente su confianza esta semana, precisando que lo hace porque le parece
“justo”.
Sin embargo, esto parece normal
en Mariano Rajoy. En él lo habitual es no tomar iniciativa, quedarse quieto y
esperar a que escampe. Dejar que el tiempo lo arregle todo, enfrentándose, si
hace falta, a la oposición, a la opinión pública e incluso a sectores de su
propio partido. No le importa que la ministra Mato se haya convertido en un
lastre para el PP y para su Gobierno, sobrado de problemas. Lo normal sería que
esta señora dimitiera y saliera del primer plano que ocupa todos los días en
los medios. Pero no hay forma, ahí sigue, diciendo ayer desde su escaño en el
Congreso, “que está siendo víctima de una cacería política y personal”, “que
todo es una infamia, pero no la van a doblegar” y, por supuesto, “que no dimite
y seguirá trabajando para los españoles”, y orgullosa, además, de continuar en
el Gobierno.
Pero qué cara la de la señora
ministra. En la sesión de control del Congreso no ha querido entrar, debatir o
responder a las preguntas sobre el informe de la Unidad de Delincuencia
Económica y Fiscal (Udef), que la acusa de haber recibido regalos y haber
disfrutado de viajes privados pagados por la “red Gürtel”, que dirigía
Francisco Correa, ella, su ex marido, sus hijos y hasta su empleada del hogar.
Y se enfrentó hasta a cuatro portavoces que
le pidieron uno a uno que dimitiera por estar en una situación “insostenible” y
porque "iba a pasar a la historia como la ministra del escándalo".
Hasta le dijo la diputada Carmen Montón, “Usted no va a dimitir, la van
dimitir”.
Este domingo, las encuestas de la
prensa decían que más del 80% de los españoles creían que la ministra debía
dimitir, incluido el 68% de los que votaron al PP en las últimas elecciones
generales. Así que, el presidente del Gobierno no puede seguir dedicando más
tiempo ni más esfuerzo en defender a la ministra, lo que procede es hacerla
dimitir sobre todo con la información que ya ha aflorado de gastos personales
pagados por presuntos corruptores. Y si ella sigue insistiendo en que no lo
sabía (eso ya la descalifica), ahora ya sabe que los fondos con los que se
pagaban viajes y fiestas tenían un origen sospechoso y corrupto.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez
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