En 1976, presentando en París la película “Todos los hombres del presidente”, Robert
Redford afirmó “creo que Nixon era el tipo de persona ideal para llegar a ser
presidente. Es un hombre tan vacío tan sin propia personalidad
que resulta perfecto para tomar como suyo toda la serie de elementos que
componen la sociedad. Como hombre no era nada, ni inteligente, ni popular, ni
simpático, ni moral, ni nada. Era, por tanto, un hombre hecho solo por el éxito.
Era perfecto”. Rajoy parece que también era perfecto para
sustituir a Aznar por razones similares. Y si no lo era, acaba de desperdiciar
una ocasión única para mostrar su sentido de la oportunidad, decisión y altura
de estadista para resolver el caso Bárcenas sin temblarle la mano. Pero Rajoy
sigue dejando pasar el tiempo y con el clásico decir sin decir nada. Si Nixon y
el Watergate fueron los símbolos de la inmoralidad de un país, Rajoy y el caso
Bárcenas podrían serlo también del nuestro. Y aunque está fuera de toda duda la
legitimidad que le ofrecen a Rajoy los votos de las pasadas elecciones generales
y su mayoría parlamentaria, un gobernante que trabaja subido a andamios tan
peligrosos precisa de algo más que de votos. Necesita la legitimidad moral de
tener las espaldas cubiertas por un partido unido, que no lo está, y de conducta
intachable, que no lo es. Sin embargo, Rajoy ni afirma ni niega; se limita a
esperar la evolución judicial y la auditoria interna que ha encargado sobre las
cuentas de Bárcenas. A la justicia le corresponde establecer las
responsabilidades penales, pero las responsabilidades políticas necesitan un
ritmo más rápido y no seguir dándole vueltas y vueltas. Y eso es lo que ocurrió cuando Rajoy se presentó en el Congreso para responder preguntas
de la oposición sobre este asunto. Estos señores del PP siguen sin enterarse de
nada y sin darse cuenta que con su actitud llevan la credibilidad pública del
sistema representativo y nuestra democracia a un estado comatoso, sino está ya
en estado terminal.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez
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