domingo, 20 de febrero de 2011

Fraudes viejos que se repiten.

En este país hasta los fraudes parecen viejos y con reminiscencia de la transición. Los medios de comunicación informan del estallido de la burbuja de Rumasa, no de la antigua Rumasa, sino de la Nueva, que utiliza las mismas malas prácticas mercantiles que la antigua para engañar a los incautos o avariciosos que invierten en ella. Esta gente debería haber sospechado de la promesa de unos tipos de interés fuera de mercado, del 8% en la primera emisión y del 10% en la última. La estrategia de la Nueva Rumasa era crecer rápido, comprando barato empresas en dificultades y con problemas, no para invertir en ellas, sino para venderlas y cubrir con su venta deudas de otras que eran deficitarias, o comprando el mayor número posible para poder así generar sinergias entre ellas. Ruiz-Mateo y sus empresas nunca han gozado de la confianza de los mercados, por eso, cuando estos dejaban de prestarle dinero por no cumplir con sus compromisos, utilizaba empresas propias como Carcesa -poseedora de marcas como Apis, Fruco y 72 referencias más-, que captaba recursos mediante la emisión de pagarés. Por este concepto ingresó 70 millones de euros que, junto a otros 25 propios de la empresa, prestó a varias empresas del grupo seguidamente. El resultado es que las tres fábricas de Carcesa en Extremadura tienen ahora su producción bajo mínimos por no poder pagar a sus proveedores. Sin embargo, lo crucial es saber si estamos ante una suspensión de pagos (concurso de acreedores) o ante un problema de liquidez. Porque si los productos de Nueva Rumasa desaparecen de supermercados y grandes superficies, por tener su producción en mínimos,  el daño puede ser irreparable, ya que se tarda mucho en construir una marca y muy poco en destruirla. Espero que esto sea el final de un sinvergüenza como Ruiz-Mateo, que estafa una y otra vez,  y que pueda salvarse algo de este desastre: aquellas empresas que son viables con otra gestión; las deudas con Hacienda y la Seguridad Social; los puestos y sueldos de los trabajadores; y los acreedores cuyas deudas están respaldadas por bienes materiales. Porque los propietarios de pagarés, que serán los últimos en cobrar si sobra algún dinero después de pagar a todos, no me preocupan tanto, pues jugaron y perdieron.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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