miércoles, 14 de septiembre de 2011

Necesitamos nuevas ideas.

El verano que se acaba no ha sido bueno, pero el otoño que comienza puede ser peor. Estamos padeciendo una nueva fase de “recesión dentro de la depresión” larga y profunda. Se ha gastado más de lo posible, sobre todo en ayudas a la banca, y nos hemos endeudado más de lo permisible, estimulando la economía real. Lo paradójico es que gastando menos y aplicando medidas de austeridad, política económica dominante, no hemos solucionado el problema, no ha servido para sacarnos de las dificultades. Estos días, se ha celebrado una reunión de 17 premios Nobel de Economía para debatir sobre la crisis. Maskin, el galardonado en 2007, refutó las medidas de austeridad afirmando que ese tipo de rigor “sólo provocaran lo peor”… “El riesgo de aplicar medidas de austeridad demasiado pronto es que paralicen la recuperación, haciendo que el problema del déficit sea aun mayor”. O como decía también, Krugman, premiado en el 2008, la austeridad multiplica los problemas que trata de arreglar. Entonces, qué podemos hacer. Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas, urge a los “académicos de todo el mundo” a dirigir su atención y sus investigaciones a los grandes problemas globales que aquejan a nuestras sociedades. “Compartir ideas y resultados de investigaciones, puede ayudar a mejorar la situación que padecemos”, aseguró en una reunión de la asociación internacional de universidades. Y es que también nos hace falta un cambio de clima intelectual, pues el pensamiento ortodoxo tiene atenazado a los académicos, a los intelectuales de buena parte del mundo occidental, sobre todo en el campo de la economía y de las ciencias sociales. Ahora, nuestra sociedad necesita, con más urgencia que nunca, economistas como Maskin o Krugman dispuestos a discrepar y capaces de defender estos análisis discrepantes, ya que no se asustan ante la posibilidad de ser expulsados de la “norma”. Cuando la sociedad atraviesa crisis como la actual con altísimos costes humanos, los discrepantes o disidentes son los que ayudan a cambiar los enfoques de los problemas, los  que analizan y experimentan nuevos caminos, los que consiguen, en algunas ocasiones, deshacer el engrudo académico que tiene paralizado a sus colegas, incapaces de reaccionar ante la realidad. En algunos países parece que intentan sacudirse esa situación. El departamento de ciencias políticas del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) mantiene un ciclo llamado “Las ideas importan”. Le han pedido a uno de sus pocos disidentes vivos, Noam Chonski, que les refresque con su habitual virulencia la idea de cuál debe ser el papel de un intelectual en época de crisis. Y la BBC, en conferencias radiadas, cuenta con el filósofo británico John Gray, compartiendo sugerencias y creando polémicas. Hace unos días, animaba a sus colegas a despertar de su cómodo apalancamiento y escuchar a los nuevos y viejos disidentes, por si hubiera algo a tener en cuenta en su mensaje o algo que aprender de ellos. En España, en plena campaña preelectoral, cualquiera que preste atención notará que, por primera vez en años, muchos quieren oír ideas. Hoy, según el MIT y los indignados del 15-M, las ideas importan más que nunca, sobre todo, las ideas de los disidentes y discrepantes porque pueden ayudar a salir del profundo pozo en el que nos encontramos.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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