Muchas personas piensan que si se desentienden de la
política, la política se desentenderá de ellos. Aunque no sé cuándo se van a
enterar que la indiferencia no es reciproca.
La frase “yo paso de la política” está cada día más en boca
de la gente. Esto me preocupa mucho porque creo que es producto de la
ignorancia. La gente cree que pasando de la política la política pasará de
ellos. Y no se dan cuenta que la indiferencia no es reciproca, pues aunque a
uno le resbale la política, sus tentáculos están presente en todas las
cuestiones de nuestra vida: la cobertura sanitaria, la educación de los hijos,
los derechos laborales, el acceso a la vivienda, la presión fiscal, la tolerancia
con la corrupción, la sostenibilidad de las pensiones, la seguridad
alimentaria, el derecho a discrepar, etcétera.
Me pregunto qué ventajas encuentran en este desentendimiento
propio de ignorantes. Puede ser que la crisis los haya vuelto más prudente o mejor
decir más temerosos. O también puede tratarse de otra forma de decir que se han
rendido al poder político y que pueden hacer con ellos lo que quieran. Porque
es entonces, y solo entonces, cuando el poder político no tendrá que ejercer la
violencia para reprimir las libertades y derruir las conquistas sociales
conseguidas tras muchos años de lucha. Escoger el desentendimiento como plan de
vida o actitud vital es un error que pagaremos muy caro. O es que no se dan
cuenta que este Gobierno con mayoría absoluta, y ante esa pasividad o sumisión,
no duda en imponer su voluntad a todos los españoles entrando a saco en
nuestras vidas mediante sus decretos y leyes reformistas.
Parece como si un extraño virus hubiera anulado la capacidad
de rebeldía de la gente hasta convertirlos en zombis. En su columna del domingo
en El País escribía Manuel Vicent que este país está a punto de parecer un
reino de muertos vivientes. Y que los hay pobres y ricos. Los pobres caminan
como autómatas con la cabeza gacha, aunque a veces miran al cielo esperando que
se produzcan la lluvia de sardinas que se les ha prometido si son sumisos y
pasan de la política. En cambio los zombis ricos entran y salen de los buenos
restaurantes, joyerías y tiendas exclusivas de la milla de oro, aparentemente
felices, aunque al ser observados de cerca se descubren sus rostros crispados
por el terror a que su fiesta sea asaltada mañana por una turba de pobres y
mendigos. Espero que algún día se produzca un prodigio o algo parecido que haga
que la gente sienta el impulso de rebelarse y a comprender que el mundo, si
ellos quieren, puede ser diferente.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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