martes, 26 de noviembre de 2013

Desentenderse de la política.

Muchas personas piensan que si se desentienden de la política, la política se desentenderá de ellos. Aunque no sé cuándo se van a enterar que la indiferencia no es reciproca.

La frase “yo paso de la política” está cada día más en boca de la gente. Esto me preocupa mucho porque creo que es producto de la ignorancia. La gente cree que pasando de la política la política pasará de ellos. Y no se dan cuenta que la indiferencia no es reciproca, pues aunque a uno le resbale la política, sus tentáculos están presente en todas las cuestiones de nuestra vida: la cobertura sanitaria, la educación de los hijos, los derechos laborales, el acceso a la vivienda, la presión fiscal, la tolerancia con la corrupción, la sostenibilidad de las pensiones, la seguridad alimentaria, el derecho a discrepar, etcétera.

Me pregunto qué ventajas encuentran en este desentendimiento propio de ignorantes. Puede ser que la crisis los haya vuelto más prudente o mejor decir más temerosos. O también puede tratarse de otra forma de decir que se han rendido al poder político y que pueden hacer con ellos lo que quieran. Porque es entonces, y solo entonces, cuando el poder político no tendrá que ejercer la violencia para reprimir las libertades y derruir las conquistas sociales conseguidas tras muchos años de lucha. Escoger el desentendimiento como plan de vida o actitud vital es un error que pagaremos muy caro. O es que no se dan cuenta que este Gobierno con mayoría absoluta, y ante esa pasividad o sumisión, no duda en imponer su voluntad a todos los españoles entrando a saco en nuestras vidas mediante sus decretos y leyes reformistas.

Parece como si un extraño virus hubiera anulado la capacidad de rebeldía de la gente hasta convertirlos en zombis. En su columna del domingo en El País escribía Manuel Vicent que este país está a punto de parecer un reino de muertos vivientes. Y que los hay pobres y ricos. Los pobres caminan como autómatas con la cabeza gacha, aunque a veces miran al cielo esperando que se produzcan la lluvia de sardinas que se les ha prometido si son sumisos y pasan de la política. En cambio los zombis ricos entran y salen de los buenos restaurantes, joyerías y tiendas exclusivas de la milla de oro, aparentemente felices, aunque al ser observados de cerca se descubren sus rostros crispados por el terror a que su fiesta sea asaltada mañana por una turba de pobres y mendigos. Espero que algún día se produzca un prodigio o algo parecido que haga que la gente sienta el impulso de rebelarse y a comprender que el mundo, si ellos quieren, puede ser diferente.

Ángel Luis Jiménez Rodríguez

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