La semana pasada Nicolás Sartorius, abogado laboralista,
fundador de CCOO y hombre de izquierda, presentó su libro “Siempre en la
izquierda”, una revisión a sus reflexiones sobre los asuntos de más actualidad
desde 1983 hasta la actualidad. No en vano se trata de artículos publicados en
el periódico El País a lo largo de estos 30 últimos años. En el ámbito político
una de las ideas fuerzas presentadas en su libro es la transformación de los
partidos políticos de militantes en partidos de ciudadanos. Los partidos, en la
medida que se financian con ayudas públicas que pagan todos los ciudadanos, no
son solo propiedad de sus militantes sino que deben abrirse al control y la
presencia ciudadana. Y las primarias son el primer eslabón de esa
transformación.
En su libro reconoce la crisis de la izquierda y acepta que
su estancamiento no se debe solo al poder de sus contrarios. Hay ejemplos que
corresponden exclusivamente a la izquierda. Alguno de esos ejemplos puede ser la
teoría de las dos orillas o la irresponsabilidad de haber dejado, cuando se ha
podido, el gobierno a la derecha y a la consolidación de sus políticas como
está ocurriendo ahora. Y una conclusión final: la opción inmediata para hoy no
la ve en el debate liberalismo-socialismo, sino en más democracia, con todo lo
que significa para conseguir sociedades más transparentes.
Por eso no entiendo cómo entre mucha gente que se define de
izquierda se pueda defender ahora la tesis reaccionaría de que “la vieja
división de izquierda y derecha ya no existe”. Es más, llegan a admitir que ha
terminado la superioridad moral de la izquierda, porque ha habido políticos de
izquierdas corruptos. Pero no se dan
cuenta que esa lupa inquisidora no ha buscado igualmente conductas delictivas
en las organizaciones sociales de la derecha claramente más corruptas y que han
ocasionado mayor daño económico. Por supuesto, no pretendo con esa comparación
disminuir la responsabilidad o la condena moral de políticos de izquierda que
se hayan aprovechado de los caudales públicos. El daño causado va mucho más de
su penalización legal, si se demuestra su culpabilidad. Pero sea la que sea su
condena no pagaran el daño producido a la izquierda.
Para aclararnos sobre esa fomentada idea de que todos son
iguales, lo mejor es hacer un sencillo ejercicio de utilidad y preguntarnos o
intentar recordar lo ocurrido en nuestro país desde la llegada de la
democracia. Qué leyes que afectan a derechos sociales, a la igualdad de
oportunidades, a la ampliación del estado de bienestar y a la justicia social
han sido elaboradas o impulsadas por partidos y organizaciones de derecha. Cuando han llegado al poder los gobiernos
de derecha o sus organizaciones se han impuesto
como tarea la reforma de todo el edificio institucional propio de un estado de
bienestar para cambiarlo por unos valores que se asientan en el poder del
dinero, la división social y el quebranto de la igualdad de oportunidades. La
justicia ha dejado de ser gratuita, la seguridad social ha dejado de ser
universal, las pensiones han dejado de estar ligadas al coste de la vida, los
derechos de las personas con dependencia han dejado de ser vinculantes para ser
potestativos y en la educación se impone el criterio de excelencia al de
igualdad. Esta operación de la derecha más que de reformas es de demolición.
Para el triunfo de esta operación de demolición se requería
la liquidación del patrimonio moral y ético de la izquierda. Y para ello la
derecha necesitaba como agua de mayo al sindicalista corrupto y al político de
izquierda trincón, para airear sus desmanes y magnificarlos a través de sus medios. Aunque
esa lupa inquisidora no ha buscado igualmente conductas delictivas en las
organizaciones de la derecha, que como se ha dicho son claramente más
corruptas. Así que no tiremos más piedras sobre nuestro tejado. Que los
ladrones sean condenados, cumplan sus condenas y devuelvan los dineros, pero no ayudemos a
destruir a la izquierda y al movimiento obrero, imprescindibles para la
búsqueda de una sociedad más justa, solidaria y democrática. Porque ahora los
enemigos de la democracia ya no necesitan imponer regímenes totalitarios en los
países como antes, solo les basta con vaciar de contenido la democracia. Y para
nuestra desgracia cuantos hombres llamados de izquierda están colaborando hoy
en esa tarea.
María José y Ángel Luis Jiménez
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