jueves, 25 de noviembre de 2010

Reflexiones sobre la igualdad y la violencia de género.

La realidad social nos demuestra todos los días que a las mujeres, la mitad de la ciudadanía, nos queda todavía un largo camino para situarnos en posición de igualdad en relación con los hombres, en cuanto al disfrute de los derechos que nos corresponden como ciudadanas.
Para avanzar en esa igualdad real y efectiva, nos enfrentamos a obstáculos directamente relacionados con los roles y estereotipos que nos sitúan en una posición de inferioridad, sumisión o dependencia de los hombres. La resistencia social a cambiar esos roles agrava las dificultades para que los derechos fundamentales, jurídicamente reconocidos, sean ejercidos en igualdad de condiciones por hombres y mujeres. Estos roles y estereotipos sustentan el motivo último de la violencia de género.
El inferior valor otorgado al rol desempeñado por la mujer es la causa de la desigualdad de ésta y de su dependencia social y económica. La interiorización del rol impuesto ejerce una doble violencia, pues le asigna una identidad que restringe la libertad y las distintas opciones vitales, y le niega toda referencia identitaria. En la violencia de género queda evidente esta doble agresión ante el comportamiento de la víctima, que tiende a sentirse culpable de la agresión al creer que no ha respondido adecuadamente a sus obligaciones socialmente establecidas, las familiares.
La violencia de género requiere, para poder perpetuarse, de la progresiva pérdida de la dignidad de una persona. La dignidad se destruye cuando una persona es tratada como un instrumento sometido a la voluntad de otro sujeto. Por ello, la dignidad es uno de los primeros derechos reconocidos desde la constitución del estado moderno. La dignidad asociada a la igualdad de trato rechaza las relaciones de poder que pudieran darse entre hombres y mujeres, especialmente en el marco de una relación sentimental. Dicha relación de poder, de dominación y de subordinación constituye la máxima vulneración del respeto que debe presidir todas las relaciones privadas en una sociedad democrática.
Cualquier vulneración de los derechos debe rechazarse rotundamente. Para ello, es preciso aumentar el grado de implicación de la sociedad que ha mantenido las relaciones de pareja dentro de los límites de la privacidad, sin posibilidad de “injerencia”. En este sentido, la violencia de género, para que se comprenda en todas sus dimensiones, debe conocerse en profundidad. Además, se debe replantear el binomio masculinidad y autonomía, rechazando el modelo dominio-sumisión y promoviendo la relación entre los sexos como relación entre iguales.
El empoderamiento supone reconocer a la mujer como miembro de pleno derecho de la comunidad, con acceso al poder y a la toma de decisiones en cualquier ámbito de la vida pública y privada. Asimismo, el empoderamiento de las mujeres debe acompañarse de una revisión del concepto de masculinidad basada en la renuncia por parte de los hombres del poder, entendido como superioridad o capacidad de imponer o mandar. Es preciso apoyar nuevas formas de poder basadas en la capacidad de liderar, organizar y coordinar desde esquemas políticos y relacionales no androcéntricos. En las situaciones de violencia de género, la representación que las mujeres tengan tanto en la esfera privada como en el ámbito público puede actuar como un antídoto frente a esta violencia.
María José Jiménez Izquierdo

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