sábado, 16 de junio de 2012

Reinventar la democracia.

El nacionalismo en el siglo XIX era una idea realista. Hoy es una idea imposible de vivir. Ya no vivimos solos y aislados del mundo. Ahora la manera de solucionar los problemas nacionales es relacionándolos con otros pueblos y naciones. Las decisiones ya no se toman a nivel nacional o europeo, sino a nivel mundial. En esta situación, hay que reinventar la democracia. Pensar que tipos de elementos de la democracia tradicional se pueden utilizar para que aquellos que toman las decisiones a nivel mundial sean responsables y estén controlados en todos los ámbitos. Si queremos tener un futuro democrático, estos planteamientos no son idealistas, sino realistas. Ahora los gobernantes que elegimos no mandan y los que mandan no los hemos elegido nosotros. La democracia está en peligro y nadie quiere reconocerlo. La democracia, la soberanía nacional y la soberanía financiera globalizada son incompatibles. Esto lo planteaba muy bien el economista de Harvard Dani Rodrik en su famoso Trilema, donde demostraba la incompatibilidad entre la democracia, la soberanía nacional y la globalización y sus poderes. Sostiene Rodrik que se puede limitar la democracia, sin tener en cuenta los trastornos económicos y sociales que la economía global y sus poderes económicos produce, se puede limitar la globalización, con la esperanza de reforzar la legitimidad democrática o se puede globalizar la democracia a costa de la soberanía nacional. Es decir, que podemos combinar cualesquiera dos de los tres, pero nunca las tres simultáneamente. Y es que la soberanía financiera encontró su fuerza en el hecho de estar globalizada, así que si la soberanía popular quiere ganar también capacidad tendrá que alcanzar espacios supranacionales. Además, se ha demostrado en estos meses que la arena política nacional y europea son inseparables y que lo que se dice y se hace en el ámbito nacional tiene repercusión inmediata fuera de nuestras fronteras. La respuesta para los europeos es la articulación política de Europa sobre una base federal. Aunque el problema está en las barreras nacionales imbatibles, pues pensamos como en el siglo XIX, a pesar de estar en el siglo XXI. Menos mal que podemos consolarnos, porque el Trilema sostiene que, en último extremo, la política vencerá sobre los poderes e intereses económicos. Ojala sea así, porque si no podemos encontrarnos con la quiebra económica del sistema, a la que le seguiría la quiebra política y la quiebra moral. Y al final todos calvos.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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