martes, 12 de junio de 2012

Una democracia de partidos.

Los llamados “congresillos”, celebrados en estos días por el PSOE andaluz para elegir a los 580 delegados que acudirán al congreso regional de los primeros días de Julio en Almería, son la primera prueba superada por José Antonio Griñan para acometer “la reinvención del partido”. Hubo provincias como Almería donde concurrieron tres listas, que luchaban por cuotas de poder y no por las ideas, programas o proyectos de partido. En el congresillo de Cádiz, los militantes se pasaban de una lista a otra -oficial y critica- antes de la votación. A las comisiones de trabajo no acudían a debatir, todo era política de pasillo y de partido. El secretario provincial, Francisco González Cabaña, decía “que se habían comprado voluntades con puestos de trabajo”. Qué mal perder tienen los aparatos de los partidos, acostumbrados siempre a ganar. Los vencedores, por dos votos de diferencia, decían que por fin habían conseguido un triunfo en Cádiz sobre el aparato del partido. Sin embargo, no han ganado ni críticos ni oficialistas, ha perdido el partido. Después de este congreso provincial, el partido socialista de Cádiz ha quedado dividido en dos mitades de difícil unión durante mucho tiempo. Todo esto ayuda a reflexionar y profundizar sobre el funcionamiento de nuestro sistema político, incapaz, como se está viendo en la crisis, de asegurar un reparto equitativo de cargas y responsabilidades derivadas de ella. La falta de transparencia y el control generalizado de todo lo público se originan en la conversión del Estado derecho en un Estado de partidos. En este sistema, los actores principales no son los ciudadanos, sino los partidos y dentro de los partidos, no los militantes y las ideas, sino los aparatos. Hemos llegado a un punto en el que el único objetivo de la contienda política es la alternancia entre partidos para controlar bajo sus directrices los poderes, ejecutivo, legislativo y judicial en su funcionamiento diario. A nuestras instituciones, los partidos le han impuesto el reparto de puestos sobre la base de cuotas de poder y la ideologización de los procedimientos de tomas de decisiones. De esa manera, las instituciones más que servir a los ciudadanos se han puesto al servicio de los partidos. El domingo en El País, José  Ignacio Torreblanca, se preguntaba qué hacer. Pues, redefinir los límites de la política partidista. Al igual que redibujamos los límites del Estado del Bienestar, es imperativo volver a decidir quién hace qué y cómo. Garantizar que cada institución recupere su razón de ser democrática en un marco de transparencia y responsabilidad. Y rescatar, una a una, todas aquellas instituciones que viven asfixiadas bajo el peso sofocante de la política partidista.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

No hay comentarios:

Publicar un comentario