domingo, 24 de julio de 2011

Una apuesta por la solidaridad europea.

El pasado jueves en la reunión extraordinaria del Eurogrupo, los participantes tuvieron que hacer encaje de bolillos con el borrador de la propuesta para reformular por completo la política de rescates de países en crisis e iniciar una nueva etapa de la construcción europea. La propuesta era un prodigio de equilibrio para poner de acuerdo y satisfacer a los diferentes intereses y a las distintas instituciones afectadas por los graves problemas de Grecia, que influyen en España e Italia. Pero el jueves, las instituciones de la Unión Europea, demostraron que pueden resolver sus problemas si se empeñan, pese a la exasperante lentitud de su maquinaria decisoria. Parece que Europa sólo progresará a golpe de crisis. Por fin, la canciller Ángela Merkel empezó a entender y admitir -ha tardado más de un año-  que la agonía del euro también suponía el suicidio de Alemania. El texto de conclusiones de la cumbre, que satisface también al Banco Central Europeo (BCE) y al Fondo Monetario Internacional (FMI), descansa en un cambio en las condiciones de los préstamos del Fondo Europeo de Rescate a Grecia: interés menor (del 4,5% al 3,5%) y extensión de los plazos (de 7 a 15 años). Además, flexibiliza los usos del Fondo de Rescate para dar préstamos a países de la zona euro que no estén en programas de rescate si se vieran acorralados por los mercados. Pese a ello, los inversores en deuda griega ven complicado que Grecia pueda crecer lo suficiente para reducir o pagar la totalidad de su deuda. Grecia, dicen, pagará menos y más tarde, pero el volumen de los dos rescates (219.000 millones de euros) sigue siendo impagable. Y es que con intereses por encima del 2%, según los economistas, es imposible. Para despejar esa posible incógnita, el documento de conclusiones habla sobre un Plan Marshall europeo que levante la economía y que conceda a Grecia fondos estructurales para favorecer su competitividad y las reformas necesarias. Esta aparente solidaridad no se parece en absoluto a la de después de la segunda guerra mundial que puso las bases para la Unión Europea. Debería servir como modelo al Gobierno Alemán, el BCE y el FMI para comprender lo que supone la ayuda para países en quiebra como Grecia, Irlanda y Portugal y otros también muy afectados por la crisis financiera. Porque además del recordado Plan Marshall, que no se olvida de la memoria colectiva europea, hubo otros, olvidados, que hicieron frente a la deuda soberana de los países europeos de la época, exhaustos tras finalizar la guerra, con créditos concedidos por Estados Unidos al 2% de interés y a 60 años. Los británicos -auténticos incordios hoy día para llegar a acuerdos en la UE- acabaron de pagar este crédito en 2006, crédito concedido en una cuantía superior al doble de la economía británica de aquel momento. Los resultados de esas ayudas, ya son historia, pero no se olvidan. Europa mejoró su riqueza y crecimiento y cimentó las bases de, hasta hoy, nuestro estado de bienestar. Esa memoria, ese recuerdo debería dejarnos muy claro cómo deben ser las ayudas de los Fondos Europeos de Rescate y cómo debería ser, en política y economía, la autentica solidaridad y alianza entre países de una Unión como la europea. ¿Será posible? ¿Lo conseguiremos? 
María José Jiménez Izquierdo y Ángel Luis Jiménez Izquierdo

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