La fatiga de
los materiales por el paso del tiempo es un principio básico de la ingeniería.
En el caso de la Monarquía, los casi 35 años transcurridos desde su
instauración no explican por sí solos el notable desgaste de la institución. La
Corona ha pasado de ser un asunto tabú a ser objeto de polémica y critica
pública. Al margen de cómo acabe la imputación de la infanta Cristina, la Corona
ha sufrido un claro descenso de valoración en todas las encuestas que se
publican, inclusive en algunas publicadas antes de que se conociera dicha
imputación. En diciembre su nota (la diferencia entre los que aprueban y los
que desaprueban la forma en que la monarquía ejerce sus funciones) era de 21 y
ahora es de menos 11, es decir, que en sólo en tres meses ha perdido 32 puntos.
Este cambio de tendencia llama la atención, pero mucho más la decisión del
Gobierno, que intenta solucionar esta falta de confianza ciudadana en la
institución monárquica ordenando no incluir a partir de ahora su valoración en
las encuestas oficiales del CIS. A esto se le llama política del avestruz, pues
no es capaz de afrontar la inquietud ciudadana y de los agentes sociales por las
crisis y escándalos en torno a la Casa del Rey.
España
necesita que la Corona recupere la reputación que la hizo fuerte en crisis no
tan lejanas, pero la buena reputación de cualquier institución no solo es el
resultado de la comunicación (lo que dice que hace) sino también de sus
comportamientos (lo que realmente hace). Para construir su reputación, la Casa
Real desplegó siempre una gran actividad (viajes oficiales, discursos y otras
como audiencias, recepciones y entregas de premios). Ahora todo eso que en otra
época era muy valorado se ha desvanecido, porque en crisis como las actuales la
ciudadanía requiere de esta institución: cercanía, sintonía y capacidad para
adaptarse a los cambios de la sociedad. Resulta imprescindible para la Corona
orientarse hacia los ciudadanos y recuperar su complicidad, introduciendo
mejoras en su desempeño y una comunicación efectiva de sus logros. La Monarquía
como cualquier otra institución del Estado debería ser transparente, y no lo
es. Además, debería rendir cuentas, y nunca lo ha hecho.
Los
continuos problemas internos de la Casa Real proyectan la ausencia de la
institución monárquica en la tarea que se le encomendó en la Transición y en la
Constitución Española. Ya es inexcusable el papel de árbitro y símbolo del
Estado como vertebrador de la sociedad. Sin embargo, la Corona puede ser su
principal enemiga al convertirse en un elemento de inestabilidad del sistema
que ella misma está llamada a preservar. Todo lo que está sucediendo demuestra
que ninguna institución escapa a la crisis y para la Corona es un punto de
inflexión para su legitimidad. Así que si quiere seguir simbolizando la unidad
y permanencia del Estado Español pasa por proyectar que como institución es un
órgano reputado, estimado y considerado, lo que obliga al rey Juan Carlos y al
príncipe Felipe a mantener una mayor coherencia entre lo que se es y lo que se representa.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez
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