domingo, 14 de abril de 2013

El futuro de la Monarquía.


La fatiga de los materiales por el paso del tiempo es un principio básico de la ingeniería. En el caso de la Monarquía, los casi 35 años transcurridos desde su instauración no explican por sí solos el notable desgaste de la institución. La Corona ha pasado de ser un asunto tabú a ser objeto de polémica y critica pública. Al margen de cómo acabe la imputación de la infanta Cristina, la Corona ha sufrido un claro descenso de valoración en todas las encuestas que se publican, inclusive en algunas publicadas antes de que se conociera dicha imputación. En diciembre su nota (la diferencia entre los que aprueban y los que desaprueban la forma en que la monarquía ejerce sus funciones) era de 21 y ahora es de menos 11, es decir, que en sólo en tres meses ha perdido 32 puntos. Este cambio de tendencia llama la atención, pero mucho más la decisión del Gobierno, que intenta solucionar esta falta de confianza ciudadana en la institución monárquica ordenando no incluir a partir de ahora su valoración en las encuestas oficiales del CIS. A esto se le llama política del avestruz, pues no es capaz de afrontar la inquietud ciudadana y de los agentes sociales por las crisis y escándalos en torno a la Casa del Rey.
España necesita que la Corona recupere la reputación que la hizo fuerte en crisis no tan lejanas, pero la buena reputación de cualquier institución no solo es el resultado de la comunicación (lo que dice que hace) sino también de sus comportamientos (lo que realmente hace). Para construir su reputación, la Casa Real desplegó siempre una gran actividad (viajes oficiales, discursos y otras como audiencias, recepciones y entregas de premios). Ahora todo eso que en otra época era muy valorado se ha desvanecido, porque en crisis como las actuales la ciudadanía requiere de esta institución: cercanía, sintonía y capacidad para adaptarse a los cambios de la sociedad. Resulta imprescindible para la Corona orientarse hacia los ciudadanos y recuperar su complicidad, introduciendo mejoras en su desempeño y una comunicación efectiva de sus logros. La Monarquía como cualquier otra institución del Estado debería ser transparente, y no lo es. Además, debería rendir cuentas, y nunca lo ha hecho.
Los continuos problemas internos de la Casa Real proyectan la ausencia de la institución monárquica en la tarea que se le encomendó en la Transición y en la Constitución Española. Ya es inexcusable el papel de árbitro y símbolo del Estado como vertebrador de la sociedad. Sin embargo, la Corona puede ser su principal enemiga al convertirse en un elemento de inestabilidad del sistema que ella misma está llamada a preservar. Todo lo que está sucediendo demuestra que ninguna institución escapa a la crisis y para la Corona es un punto de inflexión para su legitimidad. Así que si quiere seguir simbolizando la unidad y permanencia del Estado Español pasa por proyectar que como institución es un órgano reputado, estimado y considerado, lo que obliga al rey Juan Carlos y al príncipe Felipe a mantener una mayor coherencia entre lo que se es y lo que se representa.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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