La inminente reforma de la ley del
aborto protagonizó ayer la sesión de control en el Congreso de los Diputados. Primero,
la diputada socialista Elena Valenciano exigió al ministro de Justicia desoír
las directrices de la Conferencia Episcopal para no devolver a las mujeres a la
situación del régimen anterior. Alberto Ruiz Gallardón insistió, como siempre, en la importancia de defender la vida del no
nacido y en que la futura norma será "propia de un partido sin
complejos". Vamos, como lo que han hecho sus tesoreros desde hace treinta
años, delinquir sin complejos. Así que también nosotros deberíamos quitarnos de
encima todos los complejos y empezar a llamar a las cosas por su nombre a los
fanáticos, fanáticos; a los corruptos, corruptos y a los autoritarios,
autoritarios.
Después
fue Carmen Montón, diputada socialista, la que interpeló al ministro sobre las
causas de la reforma, resumiendo así la situación "la Iglesia exige,
Gallardón obedece y las mujeres perdemos". Y le afeó que no explique
claramente sus intenciones y que quiera adelantarse a la decisión del Tribunal
Constitucional sobre el recurso del PP "no sea que el fallo no le
guste". Según la diputada, el verdadero peligro de imponer restricciones
es volver a las interrupciones clandestinas para las mujeres o tener que pagarse
un viaje al extranjero para poder ejercer este derecho, sabiendo que ahora les
resultará mucho más difícil por la situación de crisis en la que vivimos.
Como
viene haciendo desde hace meses, el ministro insistió en defender que el
derecho a la maternidad es lo que hace a las mujeres "auténticamente
mujeres". Montón dejó bien claro que ella es "igual de mujer"
que antes de haber tenido a su hija, y que decidir sobre la feminidad no es una
competencia del titular de Justicia, "sobre mi cuerpo no decide usted,
decido yo". Esa defensa de la mujer que hace la derecha es aberrante, esa doble
moral da asco. Si su intención es ayudar a las mujeres a ser madres, que amplíen
y no quiten las ayudas a la dependencia, que se centren en la conciliación
laboral y en temas de reproducción asistida y que no sigan poniendo freno y
marcha atrás a la evolución de nuestra sociedad, que ha hecho de este país un
país distinto a partir del respeto a la dignidad de las personas y al
reconocimiento de los derechos humanos ratificados en nuestra Constitución.
Pero este
Gobierno se parapeta y hace ruido, después de cada polémica sobre sus erróneas
políticas de ajustes y recortes, resucitando cada vez que les hace falta el
debate del aborto o cualquier otro tema de derechos personales como el
matrimonio homosexual o la igualdad. Obsceno e inútil barullo para confundir al
personal. Pero cuidado que estas formas de actuar se saben cómo empiezan y no cómo
acaban, y un día lo que ahora es olor a neofranquismo se puede convertir en
franquismo puro y duro, ideología de triste recuerdo que aquí imperó y que sin
complejos, como dice Ruiz Gallardón, está resucitando el PP.
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