En la crisis
financiera europea ha habido tres naciones, Islandia, Irlanda y Chipre que
tienen cosas parecidas como su geografía, y también unos sistemas bancarios totalmente
hipertrofiados en el momento de la crisis: 7 veces el PIB en el caso de Irlanda
y Chipre y 10 veces en el caso de Islandia, frente a las 3 veces de España que
está en torno a la media europea. Este crecimiento de los bancos basado en la
captación de ahorro externo condujo a que, ante una crisis del sistema
financiero como el actual, el Estado no tuviera recursos suficientes para
asumir sus deudas.
Las
soluciones adoptadas ante esta situación fueron muy diferentes. En Islandia se
discriminó a los depositantes extranjeros, lo que dio lugar a una reclamación
por parte de las autoridades británicas y holandesas en el Tribunal Europeo de
la Asociación de Libre Comercio. Esta reclamación no prosperó y el Estado no
pagó, y así automáticamente mejoraron sus perspectivas de crecimiento. En
Irlanda se opto por extender la garantía no solo al total de los depósitos sino
también a parte de sus bonos. El Estado se hizo cargo de la deuda de los
bancos, por lo que tuvo que ser intervenido ante la imposibilidad de poder
devolver la deuda solo con recursos públicos. Y así les va. En el caso de
Chipre ha sido de autentica vergüenza la forma en la que se han desarrollado
los acontecimientos, porque han puesto de manifiesto lo que ya sabíamos, que la
Unión Europea no es una unión, ni económica ni monetaria ni política.
La gran
lección que podemos extraer de la crisis bancaria chipriota es que necesitamos,
más pronto que tarde, acelerar la construcción de la unión bancaria europea, que
no puede esperar más. Resulta esencial crear un Fondo de Garantía de Depósitos
europeo y, por supuesto, una autoridad y unos mecanismos que resuelvan el diabólico bucle existente entre bancos y
Estados soberanos. En este bucle pagan, primero, los accionistas; luego, los
deudores, y ahora, al parecer, los depositantes que tienen depositados sus
ahorros en los bancos. Se van a cargar la teoría básica del sistema financiero
y de la economía bancaria, que establece que los depósitos deben estar siempre
asegurados y que no deben existir dudas sobre ello. Ahora al romper esa
garantía, cualquier atisbo de rescate en otro Estado europeo se interpretará
por los ahorradores como una amenaza contra sus depósitos.
En Europa
está fallando la confianza, la gobernabilidad y el liderazgo como se ha
demostrado en la crisis chipriota, y esto no es una cuestión aislada sino la
evidencia de las importantes limitaciones de la arquitectura institucional de
la Unión Europea (UE). Si esta situación no se modifica pronto, mediante
avances hacia una mayor integración política y económica, se está poniendo en
cuestión el futuro de la UE. Para ello necesitamos reglas claras sobre las
resoluciones de las crisis bancarias, que no deben pasar por utilizar el dinero
de los contribuyentes o por permitir que los bancos sanos se vean arrastrados por
los bancos con problemas. En estas soluciones, los acreedores deberían asumir
la parte de las pérdidas que les correspondan y romper ya, de una vez, el vínculo
entre el riesgo bancario y el riesgo soberano, para que no sigamos teniendo crisis
tan graves como las de Grecia, Irlanda o Chipre. Pero
terminando este comentario leo que Portugal ha anunciado nuevos recortes del
gasto porque la etapa de “emergencia financiera” no se ha superado. Así que
seguimos igual. Me pregunto, si tendremos remedio algún día para esta
locura de que los Estados y los ciudadanos estén al servicio de los
bancos.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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