miércoles, 10 de abril de 2013

Tres crisis iguales, pero con soluciones diferentes.


En la crisis financiera europea ha habido tres naciones, Islandia, Irlanda y Chipre que tienen cosas parecidas como su geografía, y también unos sistemas bancarios totalmente hipertrofiados en el momento de la crisis: 7 veces el PIB en el caso de Irlanda y Chipre y 10 veces en el caso de Islandia, frente a las 3 veces de España que está en torno a la media europea. Este crecimiento de los bancos basado en la captación de ahorro externo condujo a que, ante una crisis del sistema financiero como el actual, el Estado no tuviera recursos suficientes para asumir sus deudas.
Las soluciones adoptadas ante esta situación fueron muy diferentes. En Islandia se discriminó a los depositantes extranjeros, lo que dio lugar a una reclamación por parte de las autoridades británicas y holandesas en el Tribunal Europeo de la Asociación de Libre Comercio. Esta reclamación no prosperó y el Estado no pagó, y así automáticamente mejoraron sus perspectivas de crecimiento. En Irlanda se opto por extender la garantía no solo al total de los depósitos sino también a parte de sus bonos. El Estado se hizo cargo de la deuda de los bancos, por lo que tuvo que ser intervenido ante la imposibilidad de poder devolver la deuda solo con recursos públicos. Y así les va. En el caso de Chipre ha sido de autentica vergüenza la forma en la que se han desarrollado los acontecimientos, porque han puesto de manifiesto lo que ya sabíamos, que la Unión Europea no es una unión, ni económica ni monetaria ni política.
La gran lección que podemos extraer de la crisis bancaria chipriota es que necesitamos, más pronto que tarde, acelerar la construcción de la unión bancaria europea, que no puede esperar más. Resulta esencial crear un Fondo de Garantía de Depósitos europeo y, por supuesto, una autoridad y unos mecanismos que resuelvan  el diabólico bucle existente entre bancos y Estados soberanos. En este bucle pagan, primero, los accionistas; luego, los deudores, y ahora, al parecer, los depositantes que tienen depositados sus ahorros en los bancos. Se van a cargar la teoría básica del sistema financiero y de la economía bancaria, que establece que los depósitos deben estar siempre asegurados y que no deben existir dudas sobre ello. Ahora al romper esa garantía, cualquier atisbo de rescate en otro Estado europeo se interpretará por los ahorradores como una amenaza contra sus depósitos.
En Europa está fallando la confianza, la gobernabilidad y el liderazgo como se ha demostrado en la crisis chipriota, y esto no es una cuestión aislada sino la evidencia de las importantes limitaciones de la arquitectura institucional de la Unión Europea (UE). Si esta situación no se modifica pronto, mediante avances hacia una mayor integración política y económica, se está poniendo en cuestión el futuro de la UE. Para ello necesitamos reglas claras sobre las resoluciones de las crisis bancarias, que no deben pasar por utilizar el dinero de los contribuyentes o por permitir que los bancos sanos se vean arrastrados por los bancos con problemas. En estas soluciones, los acreedores deberían asumir la parte de las pérdidas que les correspondan y romper ya, de una vez, el vínculo entre el riesgo bancario y el riesgo soberano, para que no sigamos teniendo crisis tan graves como las de Grecia, Irlanda o Chipre. Pero terminando este comentario leo que Portugal ha anunciado nuevos recortes del gasto porque la etapa de “emergencia financiera” no se ha superado. Así que seguimos igual. Me pregunto, si tendremos remedio algún día para esta locura de que los Estados y los ciudadanos estén al servicio de los bancos.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez 

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