sábado, 20 de abril de 2013

Una pregunta corta con respuesta larga.

Hay una pregunta que nos hacemos todos los días, ¿en qué se está equivocando Europa? La respuesta, por supuesto, es larga. Es evidente que Europa está siguiendo un camino de ideas equivocadas y el armazón ideológico de esos errores lo da el Banco Central Europeo (BCE). Suponer que cada país tiene capacidad para corregir sus desequilibrios económicos a través de lo que llaman reformas estructurales y medidas de austeridad como exige la troika ya está demostrado que no conduce a nada positivo. Hasta el FMI, uno de los miembros de la troika, alertaba hace unos días del peligro de “fatiga” de los ciudadanos ante una austeridad tan larga, tan autoritaria y tan única.
La situación actual es inaceptable y los ciudadanos europeos tendrán que forzar un cambio de política porque han perdido la confianza en las instituciones y en los políticos. No se espera ya demasiado de ellos. Lo suyo… ya no es lo nuestro. La tradicional brecha entre políticos y ciudadanos se ha agrandado. No existen cauces de comunicación efectivos y, además, ellos viven una realidad distinta al conjunto de la población, gracias al poder que han adquirido derivado de nuestro voto. Por eso se dice que hay crisis de régimen, cuando el sistema institucional es incapaz de responder a esa pérdida de confianza.
Tampoco del BCE se puede esperar mucho. Ha tenido el poder para mantener el euro unido estabilizando los mercados de deuda de los países del sur y no lo ha hecho, sabiendo que el euro es imprescindible como herramienta para acelerar la unión continental. En el fondo el euro nació como proyecto político, como estandarte de una Europa que renegaba de su división en bloques. Conviene no olvidar el paradigma original de la Unión Europea (UE), que era acercarse a la unión política por medios inicialmente económicos.     
El problema actual de la posible ruptura del euro podemos separarlo en dos elementos: la supervivencia de la eurozona y la supervivencia de las economías de la periferia europea. La primera se ha logrado a costa de la destrucción de las instituciones sociales de la segunda y de una enorme tasa de desempleo. Un auténtico desastre. Además, se ha dejado a España y a los países periféricos europeos sin posibles márgenes de maniobra para hacer una política distinta de la que marcan Berlín, Bruselas y el BCE.
Vivimos una situación en la que no se puede describir a los países europeos como países democráticos, porque solo cumplen las órdenes de las instituciones financieras como el FMI o el BCE, y no les han dejado margen de maniobra para poder cambiar las políticas. Si lo único que podemos cambiar los votantes es el nombre del partido gobernante, pero no las políticas, esa democracia no está funcionando y está en peligro. Y con ella el proyecto europeo porque estamos viendo que a los países del norte cada vez les importa menos lo que pase en los países del sur.
La solución a todos estos problemas la tiene Alemania, que tiene en su economía un margen de maniobra sustancial para elegir entre crear prosperidad y repartirla o concentrarla. Concentrarla es un mal modelo para Alemania, Europa y el resto del mundo, pero es la que se está practicando. Y aceptar su modelo de competitividad a través de salarios bajos es una tragedia para el resto de los países europeos. El superávit alemán es uno de los motivos que nos han llevado a la situación actual. Merkel, como Hitler, quiere garantizarse su espacio vital económico, castigando para ello a los países periféricos europeos y protegiendo a sus grandes empresas y bancos. Pero también busca culpables para ocultar a su electorado la vergüenza de un modelo que ha hecho que el nivel de pobreza en su país sea cada día más alto.
Termino esta larga respuesta diciendo que si se quieren una moneda común, tiene que haber una unión bancaria común, dotada de los mecanismos europeos de supervisión bancaria, garantía de depósitos y resolución de crisis. Y eso requiere, a su vez, tener unos impuestos comunes y unas políticas fiscales comunes. Por razones obvias, todas esas tareas solo pueden ser acometidas por unas instituciones que se hayan legitimado democráticamente ante los ciudadanos, no solo en el momento de su elección, sino en cada una de las decisiones que tomen, además de estar controladas estrechamente. En definitiva, lo que necesitamos es más democracia con un Poder Ejecutivo y un Poder Legislativo y equilibrio de poder entre ellos, no esta tecnocracia de comités que tenemos en la actualidad que solo nos está trayendo sufrimientos innecesarios. Todo lo demás, como decía Macbeth en la tragedia de Shakespeare, “es melancólico lamento de ruido y furia, cuento contado por un idiota que nada significa”. 
Ángel Luis Jiménez Rodriguez 

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