Hay una pregunta que nos hacemos todos los días, ¿en qué se está
equivocando Europa? La respuesta, por supuesto, es larga. Es evidente que
Europa está siguiendo un camino de ideas equivocadas y el armazón ideológico de
esos errores lo da el Banco Central Europeo (BCE). Suponer que cada país tiene
capacidad para corregir sus desequilibrios económicos a través de lo que llaman
reformas estructurales y medidas de austeridad como exige la troika ya está
demostrado que no conduce a nada positivo. Hasta el FMI, uno de los miembros de
la troika, alertaba hace unos días del peligro de “fatiga” de los ciudadanos
ante una austeridad tan larga, tan autoritaria y tan única.
La situación actual es inaceptable y los ciudadanos europeos tendrán que
forzar un cambio de política porque han perdido la confianza en las
instituciones y en los políticos. No se espera ya demasiado de ellos. Lo suyo…
ya no es lo nuestro. La tradicional brecha entre políticos y ciudadanos se ha
agrandado. No existen cauces de comunicación efectivos y, además, ellos viven
una realidad distinta al conjunto de la población, gracias al poder que han
adquirido derivado de nuestro voto. Por eso se dice que hay crisis de régimen,
cuando el sistema institucional es incapaz de responder a esa pérdida de confianza.
Tampoco del BCE se puede esperar mucho. Ha tenido el poder para mantener
el euro unido estabilizando los mercados de deuda de los países del sur y no lo
ha hecho, sabiendo que el euro es imprescindible como herramienta para acelerar
la unión continental. En el fondo el euro nació como proyecto político, como
estandarte de una Europa que renegaba de su división en bloques. Conviene no
olvidar el paradigma original de la Unión Europea (UE), que era acercarse a la
unión política por medios inicialmente económicos.
El problema actual de la posible ruptura del euro podemos separarlo en
dos elementos: la supervivencia de la eurozona y la supervivencia de las
economías de la periferia europea. La primera se ha logrado a costa de la
destrucción de las instituciones sociales de la segunda y de una enorme tasa de
desempleo. Un auténtico desastre. Además, se ha dejado a España y a los países
periféricos europeos sin posibles márgenes de maniobra para hacer una política
distinta de la que marcan Berlín, Bruselas y el BCE.
Vivimos una situación en la que no se puede describir a los países
europeos como países democráticos, porque solo cumplen las órdenes de las
instituciones financieras como el FMI o el BCE, y no les han dejado margen de
maniobra para poder cambiar las políticas. Si lo único que podemos cambiar los
votantes es el nombre del partido gobernante, pero no las políticas, esa
democracia no está funcionando y está en peligro. Y con ella el proyecto
europeo porque estamos viendo que a los países del norte cada vez les importa
menos lo que pase en los países del sur.
La solución a todos estos problemas la tiene Alemania, que tiene en su
economía un margen de maniobra sustancial para elegir entre crear prosperidad y
repartirla o concentrarla. Concentrarla es un mal modelo para Alemania, Europa
y el resto del mundo, pero es la que se está practicando. Y aceptar su modelo
de competitividad a través de salarios bajos es una tragedia para el resto de
los países europeos. El superávit alemán es uno de los motivos que nos han
llevado a la situación actual. Merkel, como Hitler, quiere garantizarse su
espacio vital económico, castigando para ello a los países periféricos europeos
y protegiendo a sus grandes empresas y bancos. Pero también busca culpables
para ocultar a su electorado la vergüenza de un modelo que ha hecho que el
nivel de pobreza en su país sea cada día más alto.
Termino esta larga respuesta diciendo que si se quieren una moneda común,
tiene que haber una unión bancaria común, dotada de los mecanismos europeos de
supervisión bancaria, garantía de depósitos y resolución de crisis. Y eso
requiere, a su vez, tener unos impuestos comunes y unas políticas fiscales
comunes. Por razones obvias, todas esas tareas solo pueden ser acometidas por
unas instituciones que se hayan legitimado democráticamente ante los
ciudadanos, no solo en el momento de su elección, sino en cada una de las decisiones que
tomen, además de estar controladas estrechamente. En definitiva, lo que
necesitamos es más democracia con un Poder Ejecutivo y un Poder Legislativo y
equilibrio de poder entre ellos, no esta tecnocracia de comités que tenemos en
la actualidad que solo nos está trayendo sufrimientos innecesarios. Todo lo
demás, como decía Macbeth en la tragedia de Shakespeare, “es melancólico
lamento de ruido y furia, cuento contado por un idiota que nada
significa”.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez
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