martes, 23 de abril de 2013

Los mandarines del plasma.


El que sabe y quiere ver no tiene ya la menor duda, estos son tiempos de cambio. Cada día se producen movimientos de caída libre y otros emergentes del sistema. Está cayendo la falsa democracia, el capitalismo incompatible con lo humano y está renaciendo un reencuentro con el humanismo. Los ciudadanos hacen cosas todos los días, se movilizan, protestan y no se callan. Y se plantean nuevas acciones como la desobediencia civil, porque cuando las leyes son injustas, lo justo es desobedecerlas.   
La sociedad necesita, y también los ciudadanos, recuperar su naturaleza humana y abandonar esa competencia salvaje que no conduce a nada. Está comprobado que se disfruta y se es más feliz con los valores humanos de siempre como la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por otro lado, estamos obligados a hacer que se lleven bien lo individual y lo colectivo, que la libertad y la igualdad sean compatibles, porque dan lugar a la fraternidad, y que las libertades personales y colectivas sean esenciales en nuestra democracia, porque todo lo demás ya resulta  secundario.
Para todo ello es necesario hacer previamente una revolución interior y luego una apuesta fuerte por lo colectivo, por la marea humana y la ciudadanía que se ha lanzado a la calle. Por esa nueva guerrilla urbana de gente indignada y solidaria que de momento no busca destruir nada, sino conseguir la salvación fuera del sistema, por si misma. Esta es una reacción dialéctica normal de la ciudadanía a la estafa general en la que vivimos atrapados y que ha buscado en la solidaridad su propio camino para sobrevivir.
Por eso ante los mandarines del plasma como Rajoy que se niegan a escuchar el clamor popular, habrá que reinventar formas de hacerse oír que, sin violencia, opongan murallas de resistencia, pasiva pero firmes, a la desvergüenza con que nuestros verdugos transitan por los pasillos de la Moncloa del sillón al plasma y del plasma al sillón. Porque como dice Maruja Torres tendrán la sartén por el mango, y el mango también, pero el fuego no, porque el fuego somos nosotros.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez 

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