Cuántas decisiones equivocadas se han adoptado
y cuántos atropellos se han realizado en aras de lo que se llama pragmatismo
político.
Según el diccionario de la Lengua Española, Pragmatismo
político es la actitud basada en la eficacia, y consiste en ocuparse solo de
hechos y oportunidades rechazando todo lo que sea ideológico. Así que nada de
ideas, nada de especular, a lo práctico y a tirar para adelante. Sin embargo, esa
eficacia política tiene un peligro que es el debilitamiento de la democracia. Y
además se discute tan poco como en el siglo pasado lo fueron las doctrinas de
apaciguamiento de las organizaciones autoritarias (fascismo, nazismo, etc.), y con
el mismo resultado.
Los dirigentes políticos que aceptan recortar
los derechos civiles, los portavoces que comparten el lenguaje autoritario de
los extremistas, los grupos sociales que se limitan a realizar débiles intentos
en defensa de la democracia, serán los responsables de que los extremistas
lleguen un día a ocupar extensas áreas de poder. Y que no nos digan que la
culpa la tuvieron los furiosos parados o la atemorizada clase media, tal y como
ahora se acusa sin ningún pudor a los ciudadanos de haber provocado la crisis
con su consumo descontrolado.
La responsabilidad es y será siempre de
quienes siendo políticos democráticos hacen el juego a los grupos extremistas
hablando de sus temas preferidos, inmigración, seguridad y exclusión del
extranjero. El ministro francés del Interior reivindica cada día más “firmeza” en la política de inmigración
haciendo referencia al asunto de la familia Dibrani y su hija Leonarda. Y la
Unión Europea ha aceptado sin objeciones que el debate sobre inmigración ocupe
un lugar predominante en el contexto de la crisis, cuando los inmigrantes, que
yo sepa, no tienen nada que ver con el hundimiento de los mercados financieros.
Sin embargo, millones de europeos y españoles creen lo que les dicen los grupos
extremistas y sus medios de comunicación. Lo mismo que en los años veinte y
treinta millones de alemanes creyeron que los judíos eran los responsables de
la crisis.
La periodista Soledad Gallego-Díaz se preguntaba
hace unos días en El País qué tienen que ver los inmigrantes con el estancamiento
económico de Europa. Qué tienen que ver los inmigrantes con los millones de
parados, españoles, portugueses o griegos. Y se contestaba con firmeza: Absolutamente
nada. Continuaba diciendo que aceptamos hablar de leyes contra la emigración y
el cierre de fronteras como si eso aportará alguna solución a la crisis, y nos
creemos, porque así nos lo dicen, que eso es pragmatismo político. Y mientras
nos distraemos con estas cosas, el dinero atraviesa fronteras y se guarece en
paraísos fiscales, y los políticos hacen como si ese tráfico, esa
descapitalización de nuestras empresas, no tuviera nada que ver con la crisis.
Además, esperan tranquilizar a sus votantes y justificar de paso a los
extremistas diciendo que son los inmigrantes y extranjeros los que amenazan
nuestros puestos de trabajo y nuestros ahorros.
Pero eso no tiene qué ser necesariamente así.
No nos podemos olvidarnos de nuestros valores democráticos por un pragmatismo
sin sentido. Nos equivocamos de nuevo, porque algo se puede hacer y se debe
hacer ante la “cruzada ideológica” del nacional-populismo contra los
inmigrantes. Y lo más grave es que si no reaccionamos ya, para nuestra vergüenza,
no dejaremos testimonio de que todo pudo haber sido de otra manera.
Ángel Luis Jiménez Rodríguez
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