Hace 94 años se implantó en España la jornada laboral de 8
horas. Fue después de una huelga indefinida de 44 días, de esas huelgas que la
gente dice que no sirven para nada.
La realidad demuestra sin lugar a dudas que ni uno solo de
los derechos que hoy disfrutamos los trabajadores se ha conseguido sin
sindicatos. Ni uno solo. No nos engañemos. Allí donde hay un sindicato hay
trabajadores organizados, y no cada uno por su lado, como nos prefiere el
capital para vencer mejor y conseguir sus reformas, sus recortes y la pérdida
de derechos que los trabajadores han conseguido tras muchos años de lucha. Los
sindicatos deben corregir todos sus defectos, por supuesto que sí. Sin embargo,
no podemos ayudar a destruirlos tirando piedras sobre su tejado. Y eso ocurrirá
si no rectificamos a tiempo.
Hay mucha gente que lleva demasiado tiempo tirando contra
los sindicatos, tratando de desprestigiarlos, de tacharlos de la vida política
con la mácula de varias ideas gruesas y/o su excesiva docilidad y acomodo a los
ámbitos de poder en una especie de criminalización social que los confronta con
una ciudadanía indignada y que desconfía de todo. Pero esa indignación ahora no
puede ser la excusa para liquidar a los sindicatos. Es evidente que ha habido
casos de corrupción sindical, pero no ha sido generalizada, por supuesto en
menor número y con mucho menos daño económico que en el caso de los partidos,
las grandes empresas o los bancos privados. Una evidencia que obliga a
preguntarnos por qué entonces se ataca tan duramente a los sindicatos, mucho
más que a otras instituciones claramente más corruptas.
La razón está clara. Vivimos una etapa de ataque sistemático y constante a los derechos sociales y humanos para favorecer aún más el reparto de las rentas hacia arriba. Los datos no dejan lugar a dudas, según el catedrático de Economía aplicada de la Universidad de Sevilla, Juan Torres López, “el peso de los salarios en el conjunto de las rentas cae sin cesar y las condiciones laborales se deterioran continuamente. En consecuencia, la desigualdad se multiplica y para que ello sea posible hay que vencer la resistencia de los trabajadores, lo que depende fundamentalmente de la fuerza que tengan los sindicatos”. Y esa fuerza no cabe la menor duda la tiene que dar los trabajadores. No nos equivoquemos. Los sindicatos hoy por hoy son imprescindibles y más necesarios que nunca, si es que de verdad buscamos una sociedad más justa, más progresiva y con unos derechos que nos hagan más libres. Ideas y valores de los que no podemos prescindir. Para todo eso, sin ninguna duda, sirven los sindicatos.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez
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