miércoles, 23 de marzo de 2011

El estoicismo de los japoneses.


Un sondeo-flash elaborado por Metroscopia para El País, realizado entre el 14 y 16 de marzo en plena alarma mundial por la situación de la central nuclear de Japón, dice que la opinión pública española no es ni de lejos tan antinuclear como la de otros países europeos. El 49% de españoles se muestra en contra de la energía nuclear y el 46% a favor. Un 57% sigue creyendo que las plantas atómicas son seguras, frente a un 30% que opina que no lo son. Lo más curioso es que nadie o casi nadie quiere una central nuclear cerca de su casa, aunque no les importa que la tenga el vecino, sin tener en cuenta que para las radiaciones no hay distancias ni  fronteras. Un 74% rechaza la instalación de una central en su municipio, frente a un 25% que la aceptaría. En esta respuesta no hay cambios significativos con respecto a la encuesta sobre nucleares del 2009,  pese al accidente japonés. Y es que esta actitud española, tan insolidaria en lo nuclear, me hace reflexionar sobre la conducta de los japoneses frente al gran desastre sufrido por causas naturales -los terremotos y el tsunami- y por manos del hombre -los fallos y escapes radiactivos de las plantas nucleares-.
Aunque a menudo se ha criticado a los japoneses por ser tan disciplinados, en esta ocasión esta pauta ha sido todo un acierto. La dignidad es transparente, los ciudadanos han tomado sus decisiones por voluntad propia y con responsabilidad cívica, otorgando su confianza a la gente que está mejor informada y es experta en la organización de sistemas de cooperación ante desastres. No se le puede negar a los japoneses, en tan grave situación, las valerosas operaciones de socorro y rescate organizadas, y los sufrimientos y sacrificios personales realizados para solucionar los escapes radiactivos de la central nuclear de Fukushima. Lo que en otros países serían escenas de pánico, desorden y saqueo, en Japón son largas filas de gente en calma esperando la atención médica o la compra de alimentos y combustible. Abundan imágenes admirables, por ejemplo, la de una anciana que confiesa sin ostentación, después del tsusmani, que lo ha perdido todo, pero añade con una sabia sonrisa que, al menos, ha conseguido salir con vida. Es conmovedor y alentador. Existe una palabra japonesa que define todo esto, pero que no se presta a una fácil traducción. La palabra es gaman y significa algo así como estoicismo, perseverancia y sacrificio frente a fuerzas naturales o humanas devastadoras e incontrolables. Los japoneses merecen por este temple y actitud civilizada la admiración y la solidaridad del mundo, porque este es un pueblo que cree en el valor, la solidaridad y en la esperanza. Así les será mucho más fácil reconstruir su país, recuperar sus vidas y su economía.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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