viernes, 15 de abril de 2011

El envilecimiento de la política.

El último informe del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) señala que la clase política ha pasado en un mes de ser la quinta preocupación de los españoles a la tercera, detrás del paro y de los problemas de índole económica, y que seguirá escalando posiciones en esta lista negra. Esta ola antipolítica es obra de empresas mediáticas de derechas y de muchos ciudadanos, inclusive intelectuales, que ante las últimas explosiones de corrupción se alejan equivocadamente de la política, sin darse cuenta que con ello les ceden el paso a los Berlusconi o Jesús Gil de turno. El remedio contra la mala política no es menos política, sino democracias más sanas. No hablo de democracias perfectas, como la democracia orgánica de Franco, sino sólo sanas. Creemos que somos demócratas porque llevamos 30 años viviendo en democracia, pero las democracias y los demócratas tardan generaciones en hacerse y mucho más en arraigar. La prueba tangible es nuestra intolerancia. Sin tolerancia no hay democracia, pues la democracia es sólo la manifestación política de la tolerancia. El pensador Karl Popper decía que había que desconfiar de ese peligroso sentimiento o convencimiento intuitivo de ser quien tiene siempre la razón, sentimiento tanto más peligroso cuanto más poderoso es, porque nos puede convertir en unos fanáticos intolerantes. Así que, tolerancia es lo primero que tendríamos que aprehender los españoles. Sin olvidarnos del diálogo, el sentido de la justicia y la libertad, pero una libertad bien entendida, es decir, compatible con la libertad de los demás. Sin todo ello, la política parece imposible. Tampoco podemos olvidar que la política es uno de los espacios de transformación de la vida social, y esa transformación genera cambios en nuestras propias vidas, por lo que debemos tener un compromiso activo en la vida política, no contemplado como derecho, sino como deber cívico. En consecuencia, el mejor remedio contra la mala política no es menos política, sino más política y una democracia más sana.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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