martes, 19 de abril de 2011

España, capital París.

En esta España nuestra, cada capital de provincia aspira a tener un servicio de AVE, un aeropuerto y una universidad, salvo la provincia de Cádiz que pretende tener tres de cada, para la capital, Jerez y  Algeciras en la comarca del Campo de Gibraltar, espero que en otras provincias no ocurra lo mismo. España es el país de la Unión Europea que mayor número de capitales de provincia tiene unidas a la capital del Estado por una línea de alta velocidad. Y la cosa continuará hasta que todas las provincias estén unidas a Madrid. ¿Nos lo podemos permitir? ¿Supera nuestras posibilidades? Si el problema de España es la competitividad, entonces estas inversiones en el AVE radial de pasajeros son una aberración económica, porque el diseño de la alta velocidad española es incompatible con el tráfico de mercancías. La prioridad en las inversiones del AVE radial está postergando las líneas ferroviarias de mercancías con origen en los puertos españoles y destino en los mercados europeos. En estos días, se ha informado que el corredor ferroviario del Mediterráneo desde Algeciras a Portbou, no estará operativo hasta el 2020 por falta de inversiones. La inversión en el AVE de pasajeros es un gran agujero sobre los presupuestos públicos. La razón está en que los ingresos por venta de billetes no llegan a cubrir un tercio del coste del servicio, siendo los otros dos tercios a cargo de los presupuestos del Estado. Y así será siempre porque el elevado coste operativo y de inversión, unido a la baja densidad del tráfico de viajeros, impedirá que los ingresos cubran costes. Según estudios de la Comisión Europea, la alta velocidad no es rentable por debajo de nueve millones de viajeros al año y la línea de mayor tráfico del AVE es Madrid-Barcelona con un transporte de poco más de cinco millones de pasajeros el año pasado. La equivalente de Paris-Lyon, fue de 25 millones. Este mayor tráfico, unido a billetes más caros, hace sostenible la red francesa, pero demuestra que sin subsidios es insostenible la española. Pero, lo mismo ocurre con las inversiones en tantas universidades ilógicas, cuyas estructuras habría que adaptar a los nuevos tiempos, y en esos aeropuertos de gestión centralizada de los que ya hablaremos otro día. O de la red radial de autopistas, con garantía financiera del Estado, y que finalizan también en Madrid. Estas singularidades españolas las explica muy bien un ensayo que acaba de aparecer en las librerías. Su autor, Germá Bel, es un joven profesor de la Universidad de Barcelona. El libro se titula: España, capital Paris, de editorial Destino. Y el autor utiliza de forma amena y brillante, tres ideas para explicar el porqué de estas singularidades españolas. La primera es que las políticas radiales en infraestructuras de transporte obedecen a objetivos políticos y administrativos, no a razones económicos-comerciales. La segunda es que esta conducta responde a un patrón histórico, que se habría iniciado con el acceso a la Corona española de la dinastía borbónica y su aspiración política de hacer de España un país como Francia, con una capital como Paris, sin tener en cuenta las diferentes condiciones económicas y geográficas. La tercera idea es que ese patrón histórico permite entender por qué las políticas de infraestructuras en la España actual son tan singulares y diferentes de las de los países de nuestro entorno. Así que, con urgencia necesitamos cambiar prioridades y esas singularidades políticas, centralistas e históricas, que nos permitan darles respuestas a los problemas que realmente nos preocupan en estos momentos: la competitividad, el crecimiento y la creación de empleo. Además, estos gastos ya  no son posibles porque no lo permite nuestro compromiso europeo de control del déficit. Por eso, en España, cuando anunciamos nuevos recortes del gasto público, deberíamos pensar en lo que en la depresión de los años treinta se denominaba “selección de sacrificios”. Porque no es lo mismo aplazar la construcción de una autopista, que dejar sin formación ni empleo a decenas de miles de jóvenes a los que será casi imposible recuperar una vez que se sitúen fuera del circuito de integración. Lo que debe quedar muy claro para cualquier persona sensata es que, con o sin singularidades, hemos de reconocer que en nuestro país hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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