viernes, 27 de mayo de 2011

El futuro no está escrito.

El movimiento de los jóvenes indignados del 15-M todavía no está estructurado, por lo que nadie sabe lo que va dar de sí. Pero, después de su aparición, resultará difícil, sea quien sea quién gobierne, PP o PSOE, aplicar más políticas de ajuste que no estén bien explicadas y justificadas. Evidentemente, los partidos mayoritarios van a tener que gobernar sin la confianza de muchos ciudadanos, porque los políticos y las instituciones de esta democracia les han decepcionado. No les representan. Y si excluimos de nuestra democracia a la gente que se siente políticamente invisible y económicamente desfavorecida, y sin ningún deseo de votar, podemos tener una democracia desigual e incompleta. Porque entonces solo votarían los satisfechos que operan bajo la convincente cobertura de la democracia. El resultado sería Gobiernos que no se ajustan a la realidad o a la necesidad común, sino únicamente a las creencias de los satisfechos que son mayoría. Espero que esta contradicción entre unos y otros desaparezca y que gracias a los jóvenes del 15-M despertemos a la participación a este país dual que parece dormido. Debemos exigir más democracia, tanto representativa como participativa. Hasta hemos olvidado que nuestra Constitución da cabida a instituciones participativas como el referéndum y la iniciativa popular de proposiciones de ley. Cuando la democracia está viva, todo el mundo tiene buenas ideas que aportar y que merecen ser escuchadas. La democracia, tal y como está concebida hoy en España, ha quedado obsoleta y no favorece la participación. Por eso, como dicen los jóvenes acampados, otra democracia es posible: más flexible, con listas abiertas, referéndum para temas esenciales y reforma de aquellas leyes que perjudican más que benefician. Entonces, seguramente la abstención sería menor y la vinculación moral con el gobernante mayor. El movimiento del 15-M está tirando por tierra la teoría de que los españoles estaban adormilados, apáticos y se dejaban conducir pasivamente. Está provocando que los partidos respondan con mayor celeridad e imaginación a las necesidades urgentes de la gente y a su renovación. Nadie se atreve a predecir las consecuencias para nuestra democracia de esta “revolución pacífica”. Y es que el futuro todavía no está escrito. 
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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