jueves, 5 de mayo de 2011

Ojalá en Europa nunca nos bañemos dos veces en el mismo rio.

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha sentenciado que el emigrante que incumpla una orden de expulsión no puede ser encarcelado porque se violarían sus derechos humanos. Italia, por esta razón, debe poner en libertad a la persona que originó esta sentencia, enmendar su legislación, y anular las penas de prisión para los sin papeles, incompatibles con las normas europeas. Tras la sentencia, la oposición a Berlusconi ha recordado que la política migratoria de su extremista ministro del Interior, Roberto Maroni, es el hazmerreir de Europa, además de ser ineficaz, destacando que sus declaraciones y propuestas sólo son propaganda para los ultras de la Liga del Norte. Los 27 Estados miembros de la Unión Europea, después de  esta sentencia, deben dar un paso más y seguir desarrollando leyes en defensa de los derechos del emigrante, que en definitiva sólo lucha por un futuro mejor para él y su familia. Algunos piensan que la crisis está sembrando Europa de miedo a los inmigrantes y que ese miedo podría estar jugando a favor de los extremistas. Sin embargo, no podemos negar, por mucho que se quiera, que la inmigración ya forma parte de la esencia europea. Que los inmigrantes van a seguir llegando, no porque nos “invadan”, sino porque la Unión Europea les sigue necesitando. Si no fuera así, si no llegaran, sería mucho más preocupante porque significaría que Europa está definitivamente muerta. Ahora, el peligro está en los nuevos populismos que están surgiendo. Populismos de extrema derecha que cosechan buenos resultados electorales con su discurso antieuropeo y antimigrantes, y que construyen sus propuestas como si se enfrentaran a una peligrosa ideología de izquierda, cuando lo cierto es que crecen precisamente sobre el vacio y la ausencia de la izquierda. El curioso punto en común de estas nuevas extremas derechas es su nacionalismo, construido sobre la supremacía de la propia identidad nacional y la exclusión de la ajena o extranjera, y por eso mismo, tan europeas a pesar de su fobia a la idea de la unión política de los europeos. Es lamentable el espectáculo que esta semana han dado en Roma, Berlusconi y Sarkozy, y resulta increíblemente estúpido entregar el Tratado de Schengen a la extrema derecha europea, como han hecho estos dos deleznables políticos. Eso sí que debería encender las alarmas de los buenos ciudadanos europeos, mucho más que la llegada de algunos miles de inmigrantes tunecinos o libios. Proponen la reforma del Tratado para reforzar las fronteras interiores e impedir la libre circulación de determinadas personas dentro de la Unión. Es increíblemente estúpido perder el tiempo con juegos tan peligrosos como estos, en vez de mirar a nuestro patio trasero, el norte africano, que está más agitado de lo que pensamos y con un futuro más incierto de lo que creemos. Menos mal, que Lluís Bassets nos tranquilizaba, de esa irrupción de los extremismos, este domingo en El País con un reportaje sobre la ultraderecha europea, diciéndonos: “Nunca nos bañaremos dos veces en el mismo rio. Por más que se quiera buscar semejanza con otros tiempos, porque esa extrema derecha que avanza en toda Europa… poco tiene que ver con las extremas derechas que protagonizaron la década de los años treinta… aunque nos persiga el fantasma de una historia que amaga con la repetición de similares tragedias”.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario