miércoles, 4 de mayo de 2011

Sábato, el hombre que quería desaparecer y estar.

Carlos Colón, el lunes 2 de Mayo, en el Día de Córdoba hacía el mejor retrato del fallecido Ernesto Sábato recordando quién era, es y será para siempre: “Solidario como solo puede serlo un solitario. Firme en sus esenciales convicciones como solo puede serlo un escéptico. Tan lleno de esperanza como solo puede estarlo un desesperado. Ávido de trascendencia como solo puede serlo un agnóstico. Cristiano de los evangelios y del existencialismo como lo era Mounier. Científico descreído de la ciencia, -aunque fuera un científico atómico de vocación-. Pacífico anarquista tolstoniano. Y un comunista que apostató al conocer los procesos de Moscú”. Sábato fue un escritor perfeccionista de sólo tres novelas, El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974), que lo convirtieron en uno de los maestros del siglo XX, y autor también de múltiples ensayos sobre la condición humana (Uno y el universo, El escritor y sus fantasmas, y otros más), que lo igualan al Camus existencialista que lo dio a conocer en Europa. Pero su vida y su obra no se comprenden sin su faceta de luchador por los derechos humanos y su compromiso contra la dictadura militar Argentina. Sábato fue un escritor popular, extraordinariamente leído en Argentina en los años 70 y 80, aunque en los últimos tiempos estuvo prácticamente recluido y retirado en su casa. En su última obra publicada, Antes del fin (1999), un testamento vital más que unas memorias, decía: “…escribo esto para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan por qué y para qué hemos vivido y aguantado…” Ante esa pregunta visceral y escéptica, con resonancia existencialista, que le llevaba a interrogarse para qué estamos aquí, nosotros sus lectores sabemos que Ernesto Sábato, desde su rabiosa soledad interior, vivió para ayudar a los demás e hizo que el mundo fuera mejor gracias a su literatura. Ernesto Sábato también afirmaba a menudo que creía en el hombre, “a pesar”, solía añadir, “de que estamos ante el animal más siniestro de la creación”. Y agregaba, “la vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil que cuando uno empieza a aprenderlo, hay que morirse”. Se quejaba, antes de morir, a sus casi cien años. ¡Qué hombre!
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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