sábado, 19 de noviembre de 2011

Una rara enfermedad.

En economía existe una enfermedad, que se da una vez cada siglo, llamada recesión de balances. Sucedió en Japón y ahora en Estados Unidos y Europa. En España, esa enfermedad procede de un empacho de “ladrillo”, aunque Bruselas diga que la crisis es esencialmente fiscal. Al estallar la burbuja inmobiliaria, las empresas y las familias españolas quedaron cargadas de deudas. Como consecuencia y por mucho que bajen los tipos de interés, la gente se ha olvidado de gastar y las empresas de invertir: la obsesión es reducir las deudas. Lo mismo pasa con los bancos, no prestan dinero, que es su actividad principal, porque se dedican a desendeudarse. En esas condiciones, cuando la demanda privada es anémica y no hay crédito, sólo el sector público puede dar un volantazo para evitar la agonía y generar empleo. Por eso, las curas de austeridad que receta Alemania y predica el PP son contraproducentes. A Europa sin estímulos le espera una larga temporada de atonía. Y a España, si se confirman los recortes del nuevo gobierno de derechas, una dura recesión, el aumento del paro y el crecimiento del déficit, aunque digan lo contrario. La respuesta es suavizar los ajustes, arreglar los bancos y hacer que quien tiene margen como Alemania estimule la economía. A la Europa contemporánea construida con esa extraña mezcla de creencias cristianas y dudas griegas, decía esta semana en Madrid el influente Richard Koo -economista jefe del banco de inversiones Nomura-, hay que añadirle ahora cierta dosis de realismo chino, que ha puesto en marcha uno de los paquetes de estimulo más ambiciosos y mejor orientados del mundo. Se debe aprender de los errores de diagnóstico de los japoneses tras la explosión de la burbuja inmobiliaria y de crédito de 1990, concluye. La experiencia japonesa debería servirnos a españoles y europeos para no cometer los errores de gestión y ayudarnos a recuperar el aliento que hace falta para salir de la situación de emergencia en que vivimos. Los planes de austeridad y las políticas de ajustes sólo nos hacen perder el tiempo como le ocurrió a Japón durante una década. Así que no podemos seguir obsesionados por la crisis de la deuda sin tener en cuenta la crisis del crecimiento y empleo porque sólo conduce a esta política drástica de ajustes. Hay que compensar irremediablemente esos ajustes con políticas activas que animen la demanda hasta que arranque la inversión privada. Porque con estos niveles de desempleo y falta de crecimiento durante muchos años ponemos en riesgo de forma permanente el estado del bienestar, las pensiones o todo el sector público. Por eso, no podemos rendirnos y aceptar pagar una crisis que no hemos creado nosotros. Estas elecciones no son unas elecciones más, votamos quién pagará la crisis y qué futuro queremos para nosotros y nuestras familias 
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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