sábado, 26 de noviembre de 2011

Violeta Parra, una vida indomable.

Esta semana, en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, se ha presentado “Violeta se fue a los cielos”, película biográfica de la figura más representativa de la música latinoamericana, la chilena Violeta Parra. Antes de morir en 1967, -se suicidó con menos de 50 años- decía que a pesar de lo que había hecho no alcanzó a decir todo lo que sentía en su interior. Una de sus últimas composiciones fue curiosamente “Gracias a la vida”, que ha sobrevivido como su gran himno. En esta canción agradecía, antes de morir, lo feliz que había sido, pese a perder una hija y ser abandonada por su gran amor. Pero aquella tarde de domingo del mes de febrero, tan solo se apagó su vida, porque algo de ella ha permanecido para siempre entre nosotros. No sólo en sus canciones que siguen aquí para recordárnosla, sino en el pueblo chileno, en sus hijos Ángel e Isabel, y en sus discípulos y amigos: Víctor Jara, Quilapayum, etcétera. Con ellos nació la nueva canción chilena. Y aunque no nos sirva de consuelo, hemos de reconocer que cuando al morir se deja tal herencia no hay que temerle a la muerte. Violeta Parra nos recordaba que el canto es vida y no muerte, que la muerte no puede nada contra el canto, y que vive siempre, con el pueblo, contra todo y pese a todos. Otro chileno, Pablo Neruda, se lo decía con estas palabras: “El eterno hilo en que se juntaron pueblo y poesía, nunca se cortó, porque este profundo hilo de piedra viene desde tan lejos como la memoria del hombre”.
María José Jiménez Izquierdo y Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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