jueves, 3 de noviembre de 2011

La austeridad, un problema más que una solución.

Existe un estudio de Japoco Ponticelli y Hans-Joachim Voth, profesores de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, que utilizando una vasta base de datos cuantifica los actos de violencia política ocurridos en 26 países europeos entre 1919-2009. Los profesores notaron que “los recortes en gastos públicos aumentaron significativamente la frecuencia de disturbios, marchas anti-gobiernos, huelga generales, asesinatos políticos e intentos de derrotar el orden establecido. Si bien estos eventos son de baja probabilidad en años normales, son muchos más comunes cuando se implementan con medidas de austeridad”. Estas conclusiones son válidas como vemos en los movimientos airados, indignados o furiosos de medio mundo. El otro medio tolera la desigualdad, debido a la pobreza, la ignorancia y la falta de esperanza en un futuro mejor. Los estadounidenses, que mostraban una mayor tolerancia hacia la desigualdad económica que los europeos debido a la mayor movilidad social, han dicho se acabó. La larga convivencia pacífica con la desigualdad económica ya no forma parte del panorama político norteamericano, terminó con la llegada de la crisis. Los estadounidenses están furiosos. Y con razón, ya que el 1% de los más ricos concentran más riqueza que todo el resto del país. Riqueza que conservan gracias a los rescates del Gobierno a banqueros y empresarios, y a otras medidas como las de estimulo a la economía que ha favorecido fundamentalmente a los que más tienen. Pero eso sí, siempre con el dinero de los contribuyentes y con pocos compromisos a cambio, pues los ejecutivos de las grandes empresas siguen ganando hasta 300 veces más que un trabador medio. Estos datos sobre desigualdad no son tan alarmantes en Europa, aunque se les parecen. Aquí están acompañados del europeísmo desfallecido de los países que tienen que poner dinero por la crisis fiscal como Alemania, también de los rescatados como Grecia, Irlanda y Portugal o con dificultades como España e Italia. Grecia ya es un polvorín cada vez más eurofóbico y con un referéndum en puertas para decidir sobre el futuro del pacto sobre la deuda y las medidas de rescate. Lo que más hace salir a la gente a la calle para protestar son los recortes en el gasto público, ya sea en educación, sanidad o servicios sociales. La gente está muy cabreada. De hecho está furiosa e indignada como comprobamos en las calles de medio mundo el 15 de octubre. Y seguirán estándolo hasta que este mundo se mueva en la dirección adecuada con un cambio político, la creación de empleo y ayudas para los destrozados por la deuda. Esto, y no la austeridad, contribuirá en gran medida a la recuperación económica. Al final lo que queda penosamente claro en esta crisis para los movimientos sociales es que los hombres trajeados -que intentan denigrar a los manifestantes acusándoles de desharrapados- no sólo no tienen ningún monopolio sobre la sabiduría, sino que además tienen muy poca sabiduría que ofrecer.
Ángel Luis Jiménez Rodriguez

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